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El cirio consumido

Quedan escasos metros para alcanzar el atrio cuando los diputados te piden apagar el cirio. Esa llama no se ha consumido desde que nació en los primeros tramos de la calle Relator, cuando el viento amenazó con darle corta vida, mas tus manos pudieron darle sombra para que así no fuese.

Otras manos son las que te dan a ti sombra cuando el fuego de tu vida se debilita. Caminan cerca, unos metros atrás, rodeadas de cánticos y acompañadas de una larga hilera de cruces que testimonian la Sentencia que dicta la Cuaresma.

En ese instante en que apagas la llama del cirio que te acompaña, pero una diminuta bola candente queda aletargada en él, te invade una extraña sensación sabiendo que pronto habrá alguien que te reclame esa vela, compañera tuya durante horas y calles, pensamientos y oraciones. Hay algo de pena por dejarla atrás. Esa vela, la de innumerables Vía Crucis que sumas por lustros, la de tu primera estación de penitencia el pasado año, ha compensado que mantuvieras su llama encendida dándote calor ante el frío, bastón de apoyo ante el cansancio y compañía ante la soledad.

Es tal la fusión que cuando vas a soltar el cirio aparece cierto remordimiento porque piensas que estás dejando atrás algo tuyo. Ambos estabais allí para ayudaros y ambos para traer luz en el camino del Señor, luz que refulge en la juanmanuelina túnica, en la silueta de las potencias, y que vuelve al rostro del que emana, que es la luz macarena de esta noche de primer viernes de Cuaresma.

Es otro cirio consumido por y para él. Ya van unos cuantos. Piensas que el viento sufrido en las explanadas, el incipiente frío, los insoportables parones, los dolores de espalda merecen la pena cuando, antes de apagarse, el último rescoldo de ese cirio te habla de un ritual cumplido, otro año más, en la Macarena. Por el camino has venido diciendo, cual penitente sufrido, consumido como quedó tu cirio compañero, la manida frase “este año es el último” y has salido con aquello de “hasta el año que viene, si Dios quiere”. Con tu medalla al pecho y tu orgullo desbordante por tu condición.

La llama se apagó y cierta melancolía se apoderó de ti. Pero la verdadera luz de aquella noche se acercaba al arco. Ese calor exprimió tus sentimientos hasta hacerlos salir. El Señor, en loor de multitudes, volvía a casa con los suyos, renovando un compromiso con su barrio y la ciudad. Dar, con el poder de sus manos atadas, sombra a nuestra vida para que ningún viento pueda apagar nuestra llama. La Luz mayúscula que da la luz se sumergió un año más en la Basílica. La Cuaresma dictaba Sentencia desde la Macarena. Y dentro, esperaba la Esperanza.