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Crónica personal de la Semana Santa de 2024

Si alguien revisa la crónica que a finales del año pasado firmé en esta misma casa haciendo balance del 2023, podrá ver cómo al relatar la Semana Santa de aquel año abría un debate auspiciado por todos aquellos que la habían calificado de la mejor Semana Santa de la historia, por ser la que más cortejos procesionales puso en la calle, gracias al Santo Entierro Grande y a la celebración de una Semana Santa plena con todas las cofradías, desde las Vísperas hasta la Resurrección, en la calle.

Un servidor sembraba dudas acerca de esa óptima calificación basada en unos parámetros exclusivos de cantidad y no tanto en los de calidad, en los que sí parece que este año nos hemos detenido a contemplar, aunque realmente ya estaban ahí. ¿Han tenido que ser las lluvias, la ausencia de cofradías y su consecuente morriña en los cofrades las que han provocado el alzamiento de voces que lamentan, acusan o denuncian el deterioro de la Semana Santa que conocimos y que decae en medio del éxito que parece elevarla como cae la propia Sevilla porque, efectivamente, lo que le está pasando a la Semana Santa no es sino fiel reflejo de lo que le ocurre a la sociedad?

Mis ojos pudieron presenciar ya el año pasado a los que no paran de hablar mientras se acerca el paso en silencio, los que aplauden al menor cambio de un misterio, quienes alzan los brazos para hacer vídeos y fotografías con sus móviles de última generación para ser reina por un día en las historias de Instagram. Ningún problema con las fotos y vídeos…mientras no molesten al de atrás, que tal vez sí está en la calle para rezar a la imagen, o para disfrutar del momento y retenerlo con los ojos de la memoria en la cámara cálida del corazón. Hagan fotos pero con el móvil a la altura de sus caras. Algunos con una altura suficiente para jugar de pívots en la NBA muestran poca o nula empatía cuando, tras alzar dos metros más sus brazos, se les indica que hay niños o personas de menor estatura detrás. Y eso que de la pandemia íbamos a salir mejores…

Ahí llevan ya un tiempo, los que se sientan en las esquinas  horas y horas antes de que pase la cofradía, llenando el suelo de cáscaras de pipas y dejando la vía pública al final de la jornada peor que el comedor de la mansión de Jumanji (esto ocurre en la Carrera Oficial y en la Oficiosa) y que se niegan a dejar pasar a los que van buscando las cofradías. El palio de Redención salía de la Catedral el Lunes Santo y el misterio iba por Francos cuando todos los aledaños de la Alfalfa se encontraban colapsados, sin que hubiera pasado aún ningún nazareno. Desde la Plaza Virgen de los Reyes algunos tuvieron que llegar hasta la del Cristo de Burgos para poder cruzar hacia el otro lado. El mismo público que un día después abucheó al misterio de San Benito por una chicotá a tambor.

En esta cuestión deberíamos de repartir responsabilidades, pues además de los cofrades, hay otras partes implicadas. La autoridad civil debe replantearse el tema de los aforamientos y las vallas. No digo que deba anularlos completamente, pero es necesaria una revisión profunda. Para ir del Salvador a la calle Alemanes hay que meterse en el tapón de Entre cárceles para evitar el de Francos (ocurrió el Lunes Santo tras el paso de Santa Marta). Además, ¿dónde quedó aquello de penalizar a quienes se sentaran en determinados enclaves? Por otro lado, las hermandades han acostumbrado en los últimos tiempos a llevar sus pasos chicotá tras chicotá con marchas, llegando en algunos puntos del recorrido a atornillar misterios y palios mientras las bandas tocan medio repertorio. Los pasos deben de andar más sueltos y si hay que prescindir en situaciones de la música no pasa nada ¡Anda que el cronista no se ha tragado ná más que una chicotá a tambor en sus años de niño!

En los noventa veía también el cronista muy pocas petaladas. La más conocida la que lanzan a la Esperanza de Triana en la calle O’Donnell y poco más. Empezaron a extenderse en las coronaciones y  procesiones extraordinarias y ahora son un baluarte de parte del público que busca también su minuto de gloria y protagonismo. Porque junto a esta petalada van unos brazos levantados y un vocerío que grita vivas a la Virgen y, a veces, cosas más inadecuadas, acordándose incluso de la de enfrente. Son enclaves donde también se concentra gran parte del público que ya sabe que allí se va a producir este acontecimiento, lo que además refuerza el argumento de que la Semana Santa ha perdido espontaneidad y devoción para dar paso a lo premeditado y el postureo.

Siguiendo con los noventa, y para que no me acusen de promover el cualquier tiempo pasado fue mejor , recuerdo haber visto en aquellos años a cofradías como El Silencio y el Gran Poder suspender con unas cuantas horas de antelación su estación de penitencia. En 2024 ha bastado que una cofradía como el Cristo de Burgos rescatara este hecho y otra como Pasión lo repitiera para convertirlo, a ojos de un sector de la opinión pública, en algo a seguir por todas las hermandades que tenían que tomar la misma decisión. Así se explica que tras el comunicado de la hermandad de la Macarena en sus redes sociales algunos criticaran que la corporación de San Gil había esperado hasta el último momento para confirmar la suspensión de la estación de penitencia, haciendo que todos los hermanos nazarenos se hubieran trasladado hasta el lugar donde debían cumplir con lo preceptivo en las Reglas. Sus motivos tendrían esas hermandades para suspender con tanta antelación la estación de penitencia, pero hay que recordar que si algo sabe el nazareno es precisamente de eso, de penitencia y siempre, durante siglos, el nazareno ha acudido a su templo con lluvia, viento, incluso con granizo. Y no ha sido el fin del mundo. Otra cosa es poner la cofradía en la calle con las inclemencias  en contra, pero esta al menos debe de congregarse ante sus titulares con sus nazarenos presentes.

Deberían por cierto las hermandades, tanto de capa como de negro, de cuidar las acciones de su cuerpo de nazarenos antes, durante y después de la estación de penitencia, se haya celebrado o no. Se han visto imágenes impropias de los penitentes que son las que lamentablemente venden al Norte de Despeñaperros y que no pueden blanquearse con los grabados de los pintores costumbristas que pululan estos días por las redes.

Son esas redes sociales las que en la noche del Lunes Santo me llevaron a un comentario que decía algo así como «¿Preparados para el ROSARIO FEST? Las Aguas llegan a Arfe». Óle miarma. La música antes que la hermandad. El orden de los factores a veces sí altera el producto. Porque muestra la realidad de gran parte de nuestro público: el que está más pendiente de mirar hacia la banda que al Cristo o la Virgen que va delante. Y ya no hablamos de oración ni devoción. En Sevilla siempre hemos sido conscientes del aporte cultural de nuestra Semana Santa y de la cantidad de público que sale a verla como manifestación cultural. Pero una cosa es ese público y otra el frikismo, los bandaliebers que con su acción denigran a las excelentes formaciones musicales que acompañan a nuestros pasos. Y quien habla del ámbito de la música, puede hacerlo en el del costal, el del martillo o el de la vestimenta mariana.

En lo referente al público me gustaría hacer un último aporte. Somos quizás excesivamente duros con los foráneos cuando la mayoría de los que cometen estos actos descritos son autóctonos. Aquellos que estaban apelotonados en el tramo de Alemanes que va a Argote de Molina para ver pasar la Vera Cruz y las Penas olvidando que ambos cortejos transitan por Cardenal Amigo para adentrarse en el tramo estrecho de Placentines desde hace décadas no eran de Edimburgo. Tampoco eran de Wisconsin aquellos que con maleta de equipaje y carrito de bebé intentaron pasar por mitad del cortejo de las Penas. Y la policía que desalojó a los que estaban en la calle Placentines, agentes venidos de la Meseta, deberían calmarse y recibir previamente unas nociones básicas de la Fiesta y la Ciudad a la que están prestando servicio.

Esta ha sido una Semana Santa rara donde 19 cofradías donde completaron la estación de penitencia. A este dato hay que añadirle dos comentarios: que el Amor solo  pudo sacar la primera parte, con lo cual se pueden decir que han sido 19 cofradías y 18 hermandades y la mitad de una. Y que para completar la estación de penitencia es necesario volver el mismo día al templo, con lo cual las cofradías que salieron pero que suspendieron su estación de penitencia en la Catedral no están incluidas en esta cuenta. Por otro lado, hubo que esperar hasta el Sábado Santo para ver una jornada completa donde todas las hermandades pudieran realizar su estación de penitencia.

Con este número es imposible poder hacer un balance objetivo sobre los tiempos de paso, los ritmos de los cortejos apresurados por las circunstancias o los cambios de itinerarios. Ni siquiera los estrenos, salvo el mojado del excelente misterio de El Buen Fin que ha tallado Darío Fernández, han podido disfrutarse con tranquilidad. Las inclemencias meteorológicas no sólo han dejado encerradas a las cofradías sino que ha hecho que las que han salido no se hayan podido disfrutar con cierta comodidad. Barro, frío y nubes se dieron cita esta Semana Santa. Mención especial merece el viento que apagó candelerías en los palios y los cirios de los nazarenos. Quienes contemplaban el Dulce Nombre en la Gavidia mientras chispeaba y rugía el viento tenían una extraña sensación de querer buscar el calor del hogar.

Así pues quedémonos con los instantes vividos en las calles y también en los templos. Precioso el atavío de la Virgen del Dulce Nombre, recordando su Centenario. Emotiva la chicotá de la Virgen del Rocío subiendo la Cuesta del Rosario recordando a Rafa Serna. Preciosa aquella que llevó a la Virgen del Cerro al Postigo y elegante la revirá del misterio de San Esteban en Lasso de la Vega con Trajano.

Seguro que cualquier cofrade habrá encontrado un momento que merezca la pena retener en la memoria. Puede ser alegre o, porqué no, triste. La Semana Santa es la historia de nuestros buenos momentos pero también de otros no tantos que, no obstante, contribuyen a la construcción de nuestro yo cofrade, a nuestra identidad como personas que formamos parte de la Fiesta Mayor de la Ciudad. Quedémonos también con esas eternas olvidadas que son las Vísperas, que sí mantienen, cada una, su esencia propia sin obedecer a modas impostadas

Sé que después de esta lectura seré tachado de rancio, inmovilista y puede que hasta de homófobo. Ahora existe una corriente de victimismo en la que no se pueden señalar, analizar y criticar aspectos que nos duelen sin ser calificado con los adjetivos anteriores. Pero me gustaría concluir esta crónica totalmente personal reabriendo el debate que me lleva a la siguiente afirmación: ni la Semana Santa de 2024 ha sido la peor, pandemias y épocas convulsas de fratricidio se llevan la palma, ni la de 2023 fue probablemente la mejor. Tal vez cuando apreciemos la calidad sobre la cantidad tendremos una Semana Santa más auténtica, quizás incompleta, pero más pura.