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Consumismo cofrade

La celebración del Santo Entierro Grande está dando tanto que hablar que incluso ha desbancado a los clásicos debates sobre permutas y otros cambios trascendentales en las jornadas de la Semana Santa, quizás porque esos debates son precisamente demasiado clásicos y un Santo Entierro Grande es algo más atípico, y con toda probabilidad lo más parecido a una Magna que tendremos en Sevilla.

Desde el instante en que fue anunciada la intención de celebrar esta procesión magna por parte de la hermandad organizadora comenzaron las especulaciones en una ciudad que no se cansa de especular. Parece que el sevillano quiere vivir eternamente jugando a los acertijos, a adivinar quién será el pregonero, qué Cristo presidirá el Vía Crucis o los pasos que conformarán el cortejo, con las bandas y cuadrillas que los acompañarán. Todo ello aunque falten meses para despejar oficialmente esta incógnita. Pues en esa eterna ansiedad no exenta de cierto morbo gasta el año el sevillano sin disfrutar pacientemente de la espera.

Y así ocurre que, a estas alturas del mes de los Difuntos, sin que la Virgen del Amparo haya coronado aún el tiempo de las Glorias, estamos algunos que nos sale el Santo Entierro Grande por las orejas. Con una saturación de información que no existía antes. Existirían, claro está, sus problemas, las vicisitudes en lo referente a la organización y los dimes y diretes de unas hermandades, incluyendo las que tienen su estación de penitencia en Sábado Santo, que se cruzarían en los caminos de ida y vuelta. Pero esos problemas no se secuenciaban en una cronología que, de cara al evento del próximo año, se actualiza diariamente.

El Santo Entierro Grande es un evento extraordinario que viene a remarcar una efeméride de gran relevancia. Pero al sumergirnos en su intimidad, al ir desgranando sus problemas, los entresijos que lo conforman, desnudándolo como si fuera una jornada más de la Semana Santa la cual cada uno, sacando ese Diputado Mayor de Gobierno que llevamos dentro, queremos arreglar a nuestra manera, estamos vulgarizando ese acto extraordinario.

Terminamos quitándole el aura especial que deben tener precisamente este tipo de actos para conservar su esencia. Y por esencia no me refiero al disfrute exclusivo que van a tener los abonados de la Carrera Oficial, sino al respeto de un acto que pretende ser una jornada memorable en la ciudad, una Sevilla que presume de tener una de las Semanas Santas más importantes de España y que prefiere, como quien quiere ver su regalo de Navidad antes de que sea envuelto, seguir jugando a descubrir qué hermandades son las que han tumbado el plan de la Alameda o por qué finalmente va el misterio de la Sentencia y no el de San Benito. Y por supuesto, la efeméride importa tres pimientos. No hablemos ya de los fines evangélicos. Pero nos puede tanto el consumismo cofrade, que para calmar esa ansiedad, terminamos haciendo de lo extraordinario algo cateto y chabacano, olvidando que desenvolver el regalo pierde el encanto si ya conocemos su contenido.