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Paz

La primera. Y no es por una causa trivial, tiene una cimentada explicación: anunciar que ha llegado el sosiego que aplacará todo ruido, tribulación y dolor. Ella advierte con su presencia lo que adviene, la semana capital para el cristiano.

Tres letras conforman su nombre, que es minúsculo para cuanto encierra, ya lo decía el poeta de la Calzá. Ella es el mayor anhelo de la humanidad, el sueño inalcanzable.  Ella es  lo que este mundo de mentiras, violencia, falsedad, corrupción y otros males dice que aspira alcanzar, aunque por los caminos que transita no arribará jamás a un benigno destino.

Ella es tan ideal como sencilla, tan deseable como imposible, tan apaciguadora como grandes los males. Su rostro níveo ribeteado por las mejillas bañadas de agua dulce de aflicción me estremece y consuela, pues la miro y veo la luna hecha mujer.

De San Sebastián a España y al mundo. Cuánta falta haría que tantos se posaran a tu estampa y, tras un Ave María, Ella los ungieran con su blanca pureza. Pongan María de la Paz en su vida, que yo sé bien lo que digo.