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La marcha

“Amarguras”, el himno. “Virgen del Valle”, la marcha. Mis escasos conocimientos en lo referente a la música cofrade pueden resumirse en esta frase. No obstante, la valoración de gente que sí entiende en este plano, como mi estimado Juan José Llorente, una auténtica hemeroteca de la discografía cofrade, me hace comprender el alcance que la obra de Gómez Zarzuela ha tenido, hasta convertirse en uno de los grandes e indiscutibles clásicos de nuestra Semana Mayor.

Leyendo el reportaje que el compañero Antonio Jaén Sánchez ha firmado para esta casa, he conocido más sobre la trayectoria de un compositor que nació hace 150 años, y que dotó a la cofradía del Jueves Santo de un amplio repertorio musical en forma de motetes, coplas y otras composiciones. No menos importante fue su obra dedicada a las hermandades de Arcos de la Frontera, donde vivió y murió el recordado compositor.

No obstante, pese a este amplio legado musical, para un servidor Don Vicente Gómez Zarzuela siempre será el autor de “la marcha”. Hablar para mí de “Virgen del Valle” no es algo objetivo. No sé en qué momento nació mi vinculación con esta obra. Probablemente fuera desde bien pequeño, cuando mis oídos se moldearon a sus acordes solemnes, contundentes en el comienzo de aquella película de Gutiérrez Aragón. Admiración tornada en pellizco cuando las imágenes del visual captan la Giralda coronando la Sevilla anterior a la Expo con la misma melodía.

Desde entonces “Virgen del Valle” me recuerda a los comienzos. A un Miércoles de Ceniza. A un Viernes de Dolores. A las primeras luces nocturnas del día en que se instituye la Eucaristía. También a los finales, cuando el cansancio apaga el ánimo de una jornada que toma un respiro escuchando esta obra de arte que parece transportarte a algún rincón de las calles hechas para que un palio se aleje en el horizonte con estos sones. Nunca falla en las expectativas. Cierro los ojos. De repente estoy en Sevilla, en una revirá coqueta, en una entrada donde la música se sincretiza con la exclusiva luz de las velas, o simplemente en una calle cuidada, alejada de la estética hortera de los nuevos tiempos, tras un manto donde se resguarda la Madre Dolorosa.

La marcha “Virgen del Valle” me recuerda a aquellas mañanas cuando la Madrugá ya era día en la puerta de la Anunciación y la Esperanza saludaba a la hermandad del Jueves Santo con la obra de Gómez Zarzuela. Suena, incontestablemente, a Jueves Santo, a mi Virgen de los Dolores en Umbrete, y a calle Laraña, a la belleza melancólica de la Dolorosa atribuida a Juan de Mesa. El trance es tan grande que cuando los últimos acordes de la composición llegan a su fin, el Silencio traza una línea recta que se materializa en San Antonio Abad.

Una marcha de comienzos, de finales y también de transición. De joven, deseé que si alguna vez tenía ocasión de tocar un atril, esta marcha me acompañara en ese momento. Me congratulo en decir que ese sueño se hizo realidad. Es la marcha que tengo en mente cuando bajo desde el Aljarafe a la Madrugá y contemplo a la ciudad, callada y al mismo tiempo agitada por la sucesión de emociones desencadenadas desde primera hora de la tarde. Todas esas sensaciones caben en cuatro minutos. ¿Cómo puede una obra musical decirme tanto? Tal vez porque el corazón, que tiene su propio idioma, se entiende bien con el lenguaje de la música.

Don Vicente Gómez-Zarzuela y Pérez nació hace 150 años. Aunque el artista falleció en 1956, su memoria se mantiene viva en los sevillanos cuya piel aún se eriza con sus melodías. Aquellos que nos emocionamos escuchando su obra a la Virgen del Valle interpretada por Salteras, por la Filarmónica de Londres, por la Banda de Tejera, que tan acostumbrada está a interpretarla, en el disco dedicado a la memoria de Pepín Tristán, por la Municipal de Sevilla en “Esta es la Historia”. Una melodía con semejante historia no podía quedar al margen de ese disco…

Gracias Don Vicente por crear una marcha que a muchos, no solo nos emociona, sino que nos hace soñar. De la misma forma que Sevilla tiene un Señor que no necesita de nombre propio ni apellidos, o una Virgen en Agosto a la que rezar y venerar. De la misma forma que el Aljarafe tiene en la ciudad un Cautivo que siente como propio, Sevilla tiene en su Semana Santa “una marcha”. Y es la que salió de las manos de un artista que siempre estará en el recuerdo de la ciudad. Una marcha que nos evoca tantas cosas, pero sobre todo la melancolía desgarradora de los ojos de la Virgen del Valle.