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¿También vosotros queréis marcharos?

Durante los últimos meses, los diversos medios se han publicado varios artículos alarmistas que afirmaban que el final de las hermandades y cofradías, al menos tal y como las conocemos hasta ahora, estaba cerca. Esto no deja de ser normal, en un tiempo de incertidumbre como el que nos encontramos, marcado por un espíritu apocalíptico provocado por el miedo de la gravedad de la situación de pandemia que todavía estamos viviendo. Sin embargo, creo que todo ello, pese a contener parte de verdad, es matizable.

Leyendo algunos de estos artículos me venía a la mente la escena que se narra en el capítulo sexto del Evangelio de San Juan. En ella, Jesús multiplica milagrosamente los panes, logrando así el entusiasmo de la multitud, hasta el punto de que quieran proclamarlo rey. Sin embargo, cuando Jesús explica el sentido de este signo y les hace ver que en realidad lo buscan porque ha saciado su hambre material y no la espiritual, las multitudes comienzan a abandonarlo, quedando en compañía de los Apóstoles. Entonces, volviéndose hacia ellos les pregunta “¿También vosotros queréis marcharos?”, respondiendo Pedro con la célebre frase de “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna?”.

Pues bien, creo que este tiempo de pandemia que estamos viviendo, tiene mucho que ver con este pasaje del Evangelio. Puesto que, ciertamente, (como afirman muchos de los artículos de los que hablaba al principio), las multitudes entusiastas, las administraciones públicas y tantos otros, se han marchado, al menos por el momento, aunque probablemente vuelvan a acercarse cuando la situación retome su curso de “vieja normalidad”.

Sin embargo, las hermandades y cofradías no se han quedado solas, ni van a desaparecer (han sufrido demasiados reveses a lo largo de la Historia de los que se han levantado). Y es que, en nuestras hermandades y cofradías, en estos momentos, se encuentra ese núcleo de los Apóstoles, esos discípulos más cercanos que han descubierto en ellas a un Dios que tiene palabras de vida eterna. Es cierto que no son tantos como nos gustaría, pero no es menos cierto que están allí y que su presencia se nota. Basta ver como durante estos últimos meses han derrochado creatividad e ingenio para poder celebrar sus cultos, o exponer a las imágenes a la pública veneración de los fieles, respetando las medidas sanitarias. O como han sabido encontrarse y apoyarse para seguir viviendo la fe en un Dios que es más fuerte que el desánimo, la enfermedad o la muerte. Y, por supuesto, como las hermandades han estado más atentas que nunca, o quizá, tan atentas como siempre, a aliviar por medio de la caridad el sufrimiento de los hermanos que sufren.

Por ello, creo que, pese a que echemos de menos a esas multitudes que volverán, debemos saber mirar en esta situación la entraña o la esencia de las hermandades que su marcha ha dejado al descubierto. Puesto que, esas pequeñas comunidades cristianas, esos núcleos apostólicos que durante estos meses están trabajando y viviendo la fraternidad cofrade, nos están mostrando que Dios sigue actuando en las hermandades y cofradías y que éstas son ciertamente un camino para llegar hasta él y para llevar esperanza a este mundo que sufre y desespera.