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La Columna de la Flagelación del Señor

La Basílica de Santa Práxedes, situada a pocos metros de la de Santa María la Mayor, pasa desapercibida para la mayoría de los peregrinos y turistas que visitan Roma. Se trata de un valioso templo del siglo VIII, construido sobre uno anterior del siglo V, que cuenta con una excelente colección de mosaicos que ya de por sí justifican la visita a esta preciosa iglesia.

Sin embargo, quizá lo más importante de todo lo que puede verse y venerarse en Santa Práxedes, puede pasar tan desapercibido como la propia basílica. Se trata de una de las reliquias más importantes de la Pasión de Cristo, y una de las que más a influido en el arte pasional: la Columna de la Flagelación, o al menos un fragmento de la misma.

La ley judía disponía que aquellos que iban a ser flagelados debían de permanecer tumbados en el suelo durante el castigo, mientras que la ley romana disponía a los reos de pie. En algunos casos los flagelados se apoyaban en una columna a la que eran atados, mientras que en otros eran sostenidos por los propios soldados romanos. Desde un principio, la tradición cristiana asumió que Cristo había sido azotado atado a una columna, cosa que fue confirmada por las revelaciones de Santa Brígida de Suecia, quien en sus escritos afirma que Cristo se abrazó fuertemente a la columna, antes de ser atado a ella.

Ahora bien, tanto las revelaciones de Santa Brígida, como el testimonio de San Jerónimo (que habría visto la columna de la flagelación, con restos de la sangre de Cristo, en el Pretorio de Jerusalén) parecen asumir que Cristo habría sido flagelado apoyado, abrazado, o incluso colgado de sus manos, a una columna alta, que formaría parte de la arquitectura de la Torre Antonia de Jerusalén.

Por ello, es común que, al menos hasta el siglo XVI se represente a Cristo flagelado abrazado a una columna alta. Ejemplos de ello son las pinturas de Memling, Antonello da Messina, Bramante, o las esculturas de Diego de Siloe, o Pedro Millán (esta última en el Museo de Bellas Artes de Sevilla).

Pero, todo este panorama artístico cambiará cuando precisamente en el siglo XVI se “redescubra” la reliquia de la Columna de la Flagelación en la Basílica de Santa Práxedes de Roma. Ésta había sido traída desde Jerusalén en año 1223 por el Cardenal Colonna, siendo desde entonces venerada en todo momento por los fieles, aunque no tuviera reflejo en el arte ni en la devoción popular. Lo curioso del caso es que esta columna era una columna baja, que, de alguna manera, contradecía toda la tradición anterior, e incluso estaba en contra del testimonio de San Jerónimo y de las revelaciones de Santa Brígida. Sin embargo, tanto los fieles como la propia Iglesia comenzaron a adoptar esta columna como la verdadera, asumiendo por tanto un cambio en la iconografía de la Flagelación del Señor.

Todo ello, como era de esperar, trajo consigo un debate, entre los partidarios de la columna alta y los de la columna baja. Así, hubo algunos que defendían que la Columna de Santa Práxedes era en realidad un fragmento de aquella que había visto San Jerónimo en el Pretorio. Mientras que otros, por su parte afirmaban que esta columna, con su pequeño tamaño, era aquella en la que Jesucristo había sufrido tan severo castigo.

El propio San Ignacio de Loyola, como hijo que era de la época, participó de este debate, puesto que él había visto ambas columnas, la de Jerusalén y la de Roma, y, pese a ser partidario de la romana, no se atrevía a afirmar que ésta fuera una parte de aquella que se encontraba en el Pretorio de la Torre Antonia de Jerusalén.

Pero, pese a todas las objeciones, lo cierto es que la Columna baja de Santa Práxedes acabó imponiéndose como verdadera, dando un giro en lo que a la iconografía de la Flagelación se refiere. Así, a partir del siglo XVI comenzó a extenderse la imagen de un Cristo atado a una pequeña columna, que es la que hoy conocemos y la que impera en nuestros pasos procesionales. En esta iconografía, Cristo se encuentra mucho más desasistido y desvalido que en la de la columna alta, puesto que no puede ni abrazarse ni apoyarse en ella. Debe por tanto doblar sus espaldas, bajar su cabeza y retorcerse ante el dolor de este brutal castigo, quedando su rostro a la vista de todos los que contemplan la escena.

El hecho de que la Columna de Santa Práxedes se adoptara como verdadera al final del Renacimiento y, sobre todo, al principio del Barroco, no hizo más que incrementar el interés de los artistas y la devoción de los fieles sobre esta escena de la Flagelación del Señor, haciendo de ella una de las más populares de los retablos y pasos procesionales, que no suele faltar en las principales procesiones de la Semana Santa Española. La posición dolorida, inclinada y desvalida de Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna de la Hermandad de las Cigarreras es un potente testimonio de ello.

Como conclusión, solo queda afirmar la importancia de la reliquia de la reliquia de la Columna de la Basílica de Santa Práxedes de Roma en lo referente a la devoción de los fieles y su consiguiente reflejo en el arte y la iconografía cristiana. Algo que merece al menos la visita y veneración de los fieles cofrades cristianos que peregrinen hasta la ciudad de Roma.