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Nostalgia de un sueño roto, de una espera que se esfuma.

Para mí esta noche era lo más parecido a la ilusión del año nuevo, Nochevieja cofrade, una nueva semana eterna y mágica vuelve a comenzar.

Pero esta vez es diferente, se hace extraña y a la vez, incómoda y agridulce. Definitivamente las cosas son muy distintas, más de lo que podríamos llegar a pensar. Todo ha cambiado y ya nada es como antes, y no es la metáfora usual para designar una nueva Semana Santa, nunca ha sido tan real, tan oportuna y tan verdadera esa frase.

La Semana Santa ha cambiado, la vida ha cambiado, Sevilla ha cambiado. Ya nada es como era, la vida como la conocemos, la normalidad tardará en volver. Este año no habrá flores de ceras ni levantás, ni cantos de saetas ni palmas, no habrá nazarenos ni bullas, no habrá gentío ni petalás, este año no habrá.

La procesión irá por dentro, de eso estoy segura, seguiremos soñando con el racheo eterno del Señor, con la madrugá más mágica del año, con las hileras infinitas de nazarenos y con la ciudad de nuestros sueños.

Estamos de luto y no sólo por nuestra Semana Santa, estamos de luto porque la vida se esfuma, porque las personas sufren y mueren, porque convivimos con una situación sobrevenida que nadie habría podido imaginar, porque hay personas que nunca volverán a soñar.

Estamos de luto porque hay odio, porque no tenemos empatía con el prójimo, porque no queremos mirar más allá de nuestra realidad.

Cambiará, las cosas cambiarán, posiblemente olvidaremos lo que hoy nos hace ser vulnerables, porque tenemos la capacidad de anteponernos a las adversidades, seremos fuertes porque a pesar de todo, somos hermandad ante esto.

La unidad aun estando lejos, el conjunto de hermanos, la pasión por volver a soñar, por volver a ser pequeños nazarenos de las manos de nuestros abuelos, volver a temblar como las mariquillas de la esperanza, volver a emocionarnos al vislumbrar por una esquina un varal, volver a ser sin más.

La vida de un cofrade es una semana que trasciende en un año, un comienzo y una cuenta atrás. La vida de un cofrade se diluye en la espera, porque no hay nada más bonito que saber esperar a Sevilla para que vuelva a florecer en primavera.

Una espera larga, pero intensa, que nos prepara para lo que ha de venir, para lo que Dios quiso dejar como legado, y para que Sevilla siga contando su pasión muerte y Resurrección a su manera, a la nuestra.

Esta situación nos ha quitado las procesiones, las cofradías e incluso las ganas, pero nunca nos quitarán lo que es nuestro y nos pertenece, la Fe, nuestra Fe siempre estará. Las sucesiones de días rutinarios continuos se esfumarán, y junto con ello, desaparecerá la resignación y aflorará la ilusión y la esperanza.

Llegó la hora de seguir, de hacernos fuertes, de creer más que nunca, de vivir con amor y de echar en falta. Llegó el momento y el día, se evapora la espera, parece que es la hora, y no es la hora…