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Crónica de la Madrugada del dolor y la esperanza

Y Sevilla se quedó sin la Madrugada de Viernes Santo. La afirmación que ningún cofrade querría haber escuchado o leído jamás, más allá de por causa de las inclemencias meteorológicas. Se quedó sin el Señor en sus calles, sin las Esperanzas levantando aplausos, sin los Gitanos perfumando a Sevilla de canela y clavo y sin la seriedad impactante del Silencio y el Calvario.

No, no hubo cofradías en la Madrugada del Viernes Santo de 2020, y así deberemos transmitírselo a las generaciones venideras. Pero lo que sí que hubo fue una explosión de sentimientos, algunos de emoción y otros de tristeza. Muchos cofrades siguieron los actos y las retransmisiones que organizaron las hermandades y los diferentes medios a través de las redes sociales, YouTube, la radio y la televisión. Estos cofrades no dejaron sólo a Cristo en la noche más amarga de su vida terrenal a pesar de no haber cofradías en la calle.

Pero no, no hubo cofradías en la Madrugada de 2020. El Silencio no impuso el inquebrantable silencio de los miembros de su cortejo mientras Jesús Nazareno abrazaba su cruz como hacen cada día miles de personas que se han visto afectadas por esta pandemia. El Señor del Gran Poder no pudo estrenar la túnica de los devotos en el IV centenario de su hechura recibiendo miles y miles de oraciones de quienes lo contemplarían. Roma no se hizo presente de manera física en los hospitales para, tras presentarle sus respetos al Señor de Sevilla, llegar a la Basílica donde habita la Esperanza, a quien Juan Pedro debería haber iluminado su camino tras un antifaz de terciopelo y su sobrino llenado de incienso y de carbón. La Magdalena no se llenó de amargura al ver a Cristo muerto en la cruz precediendo a la Madre que nos ampara a todos. Triana no vibró con su Esperanza en su palio exuberante de flores y velas rizadas. San Román no contempló al Señor de la Salud andando con paso firme pero lento mientras los músicos de su Agrupación Musical veían cumplido su sueño anual.

La de 2020 fue la Madrugada más triste que recordaremos en mucho tiempo, pero a la vez fue la Madrugada de la improvisación. La de las flores en las puertas de los templos —cautivas de un debate sobre el cumplimiento del confinamiento—, la de los mensajes de apoyo a esos hermanos que no han visto a sus imágenes en sus pasos, la de no dormir pese a no salir de casa, la de adorar al Santísimo desde la distancia. Por todo ello, creo que puedo afirmar sin caer en el error que la Madrugada del Viernes Santo de 2020 fue la del dolor acompañado de la esperanza.