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Las luces de Diciembre

Existe en la antigua villa arzobispal de Umbrete una tradición que aún se conserva con fuerza y que se celebra en la noche de la Víspera de la Inmaculada: dejar la luz de la puerta encendida. Se comenta que se hacía para alumbrar el camino de la Virgen, una bienvenida de luces para la portadora de la Luz. Por ello, es habitual ver esa noche las calles del pueblo con centenares de bombillas encendidas presidiendo el umbral de hogares donde estas costumbres vertebran su identidad.

Los antepasados de mi pueblo eran indudablemente unos sabios, pues con sus medios disponibles otorgaron importancia a la Fiesta de la Pureza, y trasmitieron ese valor a sus descendientes. Pero también fueron precursores, porque hoy todo lo que rodea al 8 de Diciembre en Umbrete es, en el más estricto sentido de la palabra, luz.

Luz de una jornada que adquiere, con la Función Principal de la mañana, y con la procesión posterior por el casco histórico, una solemnidad con sabor a vino añejo. Luz de un cortejo cada vez más numeroso, y respetuoso, y de un público fiel que mantiene viva esta llama con su compromiso en forma de cáñamas, donativos pá las flores o esa ayuda desinteresada que en el vulgo llamamos echar una mano.

Luz de todos los sentidos, de un incienso que traspasaba la plata del paso de la que fue concebida sin mancha, de un atardecer sobre la fachada de la catedral aljarafeña y una luna a la que le faltaba un suspiro, probablemente el de Margot o el de la centenaria Amarguras, para ser llena. Porque la luz también es música el Día de la Pureza, puesta en los sones del Carmen de Salteras, en los cánticos de las Hermanas de la Cruz, en la Salve ante la Capilla de San Bartolomé y en las teclas del órgano que recibía a María en la Parroquia.

Y entre tanto brillo de mesura, la Luz hecha mayúscula. La de la Virgen Inmaculada, la de una pequeña sonrisa con el gesto de la aceptación y del amor. Ella es quien acogió en su interior a la Luz de la salvación. Eterno punto de encuentro entre hermanos desde el primer Pentecostés. Unión y emoción, la que sin duda tuvo que recorrer las manos de Joaquín López, siempre con la Pureza de María por estandarte, cuando tocó el martillo para que los disciplinados hombres de Antonio Santiago levantaran a pulso a una Virgen que realizó su triunfal entrada con los sones de aquella inspiración que Pedro Morales tuvo una Semana Santa. Un auténtico mensaje recordatorio: tras la Pureza, el Adviento camina hacia la Esperanza.

Y luz para un cronista que quince años después volvió a colgarse la medalla para tenerla lo más cerca posible y, cirio en mano, poder sentirla. Sonaba Sevilla Cofradiera. El tramo de hermanos detenido en silencio en una calle estrecha y con una penumbra media. El diputado quería evitar las apreturas, pero ¡benditas apreturas! ¡Qué cerca sintió a la Pureza de María! Era el juego de las luces de Diciembre en torno a la que es Luz. Así fue y así es. Y que así sea.

(Fotografías de Antonio Jesús García Ramírez)