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El después…

Mucho se habla de la Cuaresma, de los cultos, de los traslados y las mudás de los pasos, pero poco se habla del después. Cuando todo se acaba, cuando el Señor y su Madre Bendita reposan en sus templos y la añoranza invade el cuerpo de los cofrades, sigue existiendo vida en las Hermandades. Pero poco se habla de ello, de las desarmás y del regreso a los altares que ocupan los protagonistas únicos de la Semana Santa.

En las semanas y meses previos a la Semana Santa son muchos los que se acercan a las sedes de las que son sus hermandades, impulsados por esa llama que prende en ellos en ese punto de la cuenta atrás. Sin embargo, a partir de que el día grande de cada Hermandad expira la inmensa mayoría de esa masa de público vuelve a desaparecer.

Se podría decir que todo vuelve a la normalidad, a la rutina de las Hermandades, una rutina compuesta por unos cuantos hermanos, más o menos numerosos, pero que siempre son los mismos. Unas personas de las que poco se habla, pero que son el corazón, la cabeza y el brazo que soporta cada Hermandad. Los que se encargan de montar los altares para el lucimiento de sus sagradas imágenes, montar los pasos o llevar a cabo las obras de caridad.

Sin faltar a la verdad, suelen ser estas personas miembros de las Juntas de Gobierno que se limitan a realizar las labores inherentes a su cargo, pero también hay otras que ayudan por el compromiso que supone ser hermano y que no es poco, ojo.

Llegados a este punto, tengo que recalcar que no se trata de hacer una crítica, sino de reflejar una realidad dentro de las Hermandades que guste más o menos es la que existe. Que el antes es increíble y un período para vivirlo perpetuamente, pero que no hay que olvidarse del después.