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La muerte no es el final

Cesáreo Garabáin Azurmendi compuso la canción cristiana titulada “La muerte no es el final”. No sería capaz de juzgar su calidad musical, y menos tratándose de un sacerdote que compuso entre muchas otras obras “Pescador de hombres”, canción que se guarda con gran cariño en el recuerdo de muchos de quienes la hemos cantado. Sí que tengo facultades para decir que no se equivoca ni una pizca en la letra de esa canción. Desde el título hasta el punto y final, cuenta con música y letra uno de los pilares del cristianismo, la vida después de la muerte.

La muerte es un tema difícil, algo que desde pequeño nos aborda al pensamiento y nos puede llegar a ahogar si no sabemos canalizarlo. Perder a alguien cercano no es sencillo, ni tampoco pensar que algún día puede irse una persona o varias que significan mucho para uno mismo. Nadie se libra de la sombra que da desprenderse de un familiar o un amigo. Pero hay que abrir la puerta, la que el cristianismo nos da, para llegar al pensamiento liberador de dolor y placentero para quien sufre, de que hay vida después de la muerte, y es que la muerte no es el final.

Esta creencia no significa que no se derramen lágrimas y que no se sienta dolor, sólo que quien padezca esa pérdida encuentre el consuelo, la tranquilidad en su alma, porque la persona que acaba de dejar este mundo terrenal pasa a una vida mejor. Es más motivo de alegría que de tristeza, aunque en un principio sea difícil la aceptación. En nuestra Semana Santa tenemos el mejor ejemplo, pues después de la pasión y muerte del Señor, este alcanza la gloria de la resurrección.

Por ello, cuando se cierra la puerta de la parroquia de San Lorenzo no termina la Semana Santa, termina cuando se abre la puerta de Santa Marina que es la misma que abre San Pedro, a aquel que acaba de ascender hasta el mismo cielo.