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Generaciones ante la pantalla

Todo parecía como siempre. En tu memoria se sucedían los fotogramas uno tras otro antes de que se proyectaran en la pantalla. Ahora la Borriquita. Ahora la bulla en San Juan de la Palma. Ya mismo comienza Amarguras versión londinense. Estabas ahí sentado, compartiendo una pasión y una forma de entender la vida con personas que la entienden también como tú. En esos rayos de luz moldeada iban también tus ojos. Tus infancias, tus tardes frías y tus días cada vez más largos. El incienso con acordes de Zarzuela.

Parecía también que estabas en el salón de la casa, en el sofá, y con el sol oculto sobre un cielo plomizo y gris. El tormento de que no apareciera para los siete días finales de nuestra vida. Estabas otra vez ahí sentado. Estaba el Señor de las Tres Caídas saliendo de la Catedral, con el día levantándose sobre su espalda. Y parecía que venía el Cachorro por el puente y con José de la Tomasa cantando al mediodía del viernes. Todo seguía igual como lo dejaste hace ya muchos años.

Vuelve a ser febrero y comienza la película. Tus ojos esta vez miran al abuelo en vez de al niño que observa, en pleno viaje fantástico, los nazarenos del escaparate. Ves a los padres que acompañan a los primeros nazarenitos blancos a quienes el capirote aún les aprieta y el sol funde su líquido en el rubio de sus cabellos. Y ves las bullas, ves el sello, la impronta, las miradas, la calle Parras a punto de estallar, el Gran Poder concentrando miradas sobre el aspa de la cruz. Has visto otras cosas que nunca jamás viste. Quizás porque ya has crecido y las entiendes, o las compartes, de otra manera. ¿Que estamos cambiando la Semana Santa? Antes cambia ella misma para evitar que nosotros la cambiemos. Y, como siempre, cambiaremos nosotros con ella.

Y miras a quien señala la cámara, como una intrusa en el momento sagrado. Y ves de nuevo a la Soledad llegando a San Lorenzo con los compases finales de la centenaria inmaterial. Y, cuando se cierran las puertas, sientes la necesidad de tocarlas sin saber bien por qué. Como si fuera la última vez que hubieras visto la película.

Y es que, definitivamente, como su propio nombre indica, absorbe el sustrato esencial de la fiesta misma. Volverás a ver la película, sí. Pero la película que acabas de ver no volverás a verla jamás. Tus ojos (o tu memoria) han seleccionado instantes, detalles que, inevitablemente, van en consonancia con tu día a día, con el hoy que estés viviendo. Por eso esta fiesta se construye el día mismo que nace. Y el resto es mentira.

Imaginaos que no hubiera trama, ni protagonistas. Que todos los actores fueran uno dentro de todos aquellos que la conforman. Imagina que “Semana Santa” fuera realidad. Valoraríamos, decididamente, la vida y esos siete días finales.