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Los días que son eternidades

Se oyen truenos. Provienen de alguna parte, lejos. Al norte, quizás. Timbales del imprevisto y el miedo, acechan con su ira la ciudad clara. La luz es gris, tornada en un Platero desbocado. Acudimos, en medio de la vorágine, a la paz y la calma. Dentro se oye respirar a las paredes, que transpiran cales y rezos. Se alza, sencilla y sin mancha, una mujer. Una adolescente. Una novia.

En la otra nave, Dios muere. El contraste es duro al ojo aún ensimismado en el terso nácar de las mejillas. Mucho azul, mucha alegría. Afuera, la primavera truena y truena. Aquí no hay pinos que lavar, ni arenas que asentar. Pero sí hay días por restar y noches en vilo y en vela. Repiquetea la lluvia en el asfalto y el cielo sigue rugiendo. Pero cuando para la orquesta feroz de la tormenta, se oye tranquilamente un susurro de voces blanquísimas.

En su camarín, mandorla sin Pantócrator y sin piedra románica, cantan los cielos. Proclaman la cuenta atrás. El tiempo va venciendo los espacios y las dimensiones y los días serán, a partir de hoy mismo, eternidades. En un año, recordaremos a Juan Ramón. Dios estará más azul que nunca. Cantará la Inmaculada, cantará el Triunfo y cantarán los Ángeles porque la Virgen, la novia de los querubines, será coronada de luces de mayo.

(Fotografías Pedro Sánchez)