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“¿Cómo se imagina a Jesús?”

La imagen que tenemos de Jesús está condicionada por la imaginería religiosa pero, ¿qué pasaría si su representación no fuera fiel a lo real?

Es sin duda uno de los grandes enigmas de la religión cristiana: ¿Cómo fue Jesús? ¿Es real la Sábana Santa? ¿Se inspira en la Sábana Santa la imaginería religiosa? Mucho se ha especulado a lo largo de la historia sobre la existencia de Jesucristo. Una pregunta a la que ciencia y religión han intentado dar respuesta. De ser cierta su existencia, ¿Cómo fue Jesús de Nazaret? Su imagen está manifiestamente ligada a la imaginería religiosa. Pero, ¿coincide la concepción de esta con los estudios sobre la Sábana Santa?

“Un hombre que tuvo que llamar la atención. De metro ochenta más o menos (la media de los judíos rondaba los 160 cm), con un gran desarrollo muscular. Muy distinto a lo que nos imaginamos de él en lo que su forma de ser se refiere. Amable, bueno y tranquilo. Un hombre corriente”. Así se imagina Julio Marvizón, autor del libro “La Sábana Santa, ¿milagrosa falsificación?, a Jesús de Nazaret. La Síndone, el Paño Sindónico, el Lienzo Sagrado. Distintos nombres para uno de los grandes enigmas de la historia de la religión cristiana y, en consecuencia, de la humanidad, la Sábana Santa. Un fenómeno sobre el que ciencia y religión no han parado de indagar.

Sábana Santa, su historia

La Sábana Santa es un lienzo funerario en el que, supuestamente, fue amortajado Jesús de Nazaret. En aquella época los judíos preparaban los cadáveres para su entierro de manera meticulosa, lavándolo e impregnándolo con esencias y aceites. Además de ello, lo envolvían en telas. Se enterraban los cuerpos en sepulcros familiares, en cuevas o roca blanca para mejorar la conservación del cuerpo bajo las extremas condiciones de oriente medio. Tras descomponerse la carne, los huesos eran recogidos y guardados en una urna (Evangelio según San Juan 19:39, 40; Hechos 9:36-41; Génesis 23:19; 25:8, 9; 49:29-31; 50:13). Sin embargo, Jesucristo no fue enterrado según la tradición judía. Al haber muerto el viernes, no hubo tiempo suficiente para estos preparativos. El sábado es el día sagrado para los judíos y la Ley de Moisés impedía realizar cualquier tipo de trabajo. Esto explica el por qué el domingo, tras el día de descanso, fueron al sepulcro para terminar de preparar el proceso funerario (Lucas 23:50-56; Marcos 16:1; Lucas 24:1). Lo incompleto de este provocó que la sábana quedase impregnada con sangre, dando lugar a la silueta que aparece en el Mandylion. “Tuvo que ser Juan, único evangelista presente en el momento del entierro, el que recogió el lienzo funerario” así, según Julio Marvizón, comienza la historia de la Sábana Santa.

Una historia incompleta debido a la escasez de datos. El inicio de esta trayectoria se encuentra en los evangelios apócrifos. En un pasaje de ellos se cuenta cómo el rey de Edesa, Agbaro, pidió ayuda a Jesús para curar su enfermedad, posiblemente la lepra. Tras la muerte de Jesús de Nazaret, uno de sus discípulos viajó a dicha ciudad, la actual Uraf, con la Síndone. Cuenta la leyenda que “al envolverse el rey en el lienzo que cubrió el cuerpo del Maestro, curó su enfermedad y se convirtió al cristianismo, así como todo su pueblo”. Desde entonces, y hasta el año 944, la Sábana Santa residió en Edesa, aunque hubo etapas en las que tuvo que ser escondida debido a la ocupación de pueblos con creencias contrarias al cristianismo. En el año 944 el ejército bizantino tomó Edesa, llevándose como botín para Constantinopla el paño sagrado. En la capital del Imperio Bizantino fue expuesta al culto hasta 1204. A principios del siglo III, los soldados de la IV Cruzada entraron en Constantinopla. Tras hacerse con la ciudad, trasladaron la Sábana Santa de nuevo, llevándola esta vez a Francia, último lugar de destino antes de recalar en Turín, donde se encuentra actualmente. En Francia cambia de lugar constantemente hasta perderse la pista del Mandylion en 1261. En 1349 volvió a aparecer en poder de Godofredo I de Charny. En 1453 pasó a la casa de Saboya.

En esta nueva etapa, el lienzo sagrado fue desplazándose con la corte, por lo que no tuvo un lugar fijo. En 1502 fue depositada en la Santa Capilla de los duques de Chambery. Allí, la Síndone sufrió las consecuencias de un incendio en la sacristía. Gracias a la hornacina en la que se encontraba, puedo salvarse del fuego. A finales del siglo XVI, el cardenal de Milán, San Carlos Borromeo, prometió peregrinar hasta Chambery para que la peste cesase en su ciudad. La Casa de Saboya trasladó la Síndone hasta Turín para que el cardenal no tuviese que cruzar los Alpes. Allí quedaría de forma definitiva en el año 1578. A pesar de estar en Turín y ser una de las reliquias más importantes del cristianismo, la Sábana Santa no fue propiedad de la Santa Sede hasta 1983, año en el que Humberto II donó la Síndone a la Iglesia Católica.

 

Carbono 14

La prueba del Carbono 14 determinó que la Síndone era de entre 1260 y 1390, echando por tierra la creencia de que la Sábana Santa era el paño funerario sobre el que fue amortajado Jesús. Esta prueba ha sido muy cuestionada, no solo por la Iglesia, también por científicos y estudiosos de la misma. Es por ello que Marvizón rechaza la veracidad de la prueba, exponiendo alguna de sus razones. Sobre la imagen del lienzo expone: “Lo más probable es que la Sábana Santa sea el lienzo con el que se envolvió el cuerpo muerto de Jesús de Nazaret. Para que quedara impresa la huella de su cuerpo, tuvieron que ocurrir muchas cosas desconocidas por la ciencia, tales como una radiación desconocida hasta la fecha, peor parecida a una radiación atómica que sería la responsable de la formación de la huella del lienzo”.

Además de esto, en su obra aporta datos que nos permiten ver con claridad la veracidad de su tesis. En primer lugar, la Sábana Santa es un negativo fotográfico perfecto, en su parte delantera; está hecha con sarga de lino, material que no se trabajó hasta el siglo XIV en Europa; contiene pólenes que han sido encontrados en los estratos sedimentarios de hace 2000 años en el lago de Genezaret; la silueta de la Sábana Santa no está pintada, es sangre; y por último, se tiene un documento de Poncio Pilato en la Síndone. En uno de los estudios realizados sobre esta, se descubrió que en los ojos tenía colocadas dos monedas. Cuando se colocaban dos monedas sobre los ojos del difunto se hacía referencia a la observancia del sábado judío. Si el difunto moría el sábado, se le colocaban las dos monedas sobre los ojos. Al ampliar la imagen sobre la zona de los ojos, para detallar las monedas, se descubrieron unas inscripciones en griego, idioma oficial de Judea en aquel entonces. En estas se puede leer “TIBEPIOY CAICAPOC” que traducido al latín resulta “TIBERIU CAISAROS” o lo que es lo mismo “De Tiberio César”, inscripción acuñada por Poncio Pilato entre el año 29 y 32 del siglo I. Además de esto, junto al cadáver se hallaron tiras que fueron usadas como certificado de defunción. En ellas se apreciaba el nombre oficial del fallecido “Jesús de Nazaret” además de “Ha muerto”. Esto se usó para identificar los restos, al no poder estos enterrarse en la tumba familiar, pues al ser blasfemo, sus huesos debían purificarse antes de ser sepultados en el nicho familiar, según dictaminaba la ley judía.

 

Características de la Sábana Santa

A raíz de esos estudios detallados anteriormente, no solo se ha demostrado su antigüedad y procedencia, también se pueden apreciar algunas características del lienzo sagrado. EN primer lugar es una imagen muy superficial la que aparece en el paño, aunque a su vez está extraordinariamente detallada. Esto se puede comprobar en la espalda del hombre sindónico en la que se pueden observar las huellas de los azotes, distinguiéndose en esta, diminutos arañazos que desgarraron la piel del reo. Como se comentó anteriormente, la Sábana Santa el incendio de la Sacristía de la Capilla de Chambery, por lo que se deduce que es resistente al calor poseyendo estabilidad térmica. Si es resistente al calor, también lo es al agua. En el incendio se utilizó agua para extinguirlo. Esa agua empapó el lienzo sin afectar a la pureza de la imagen, por lo que también tiene estabilidad hidrológica. La Sábana Santa es químicamente estable, ya que ninguno de los elementos y reactivos químicos utilizados sobre ella la han disuelto ni la han decolorado. Una de las grandes dudas que presentaba la Síndone a raíz del Carbono 14 era si estaba pintada o no. En ella no se han encontrado ninguna traza de pigmentos. Se puede saber que fue un lienzo funerario a través de su tridimensionalidad, ya que la intensidad de la imagen varía en función de la distancia entre el lienzo y el cuerpo.

“Lo que más me impresiona de la Sábana Santa es la cara, además de los golpes y la sangre”. Eso es lo que Julio Marvizón destaca del paño Sindónico y es que el hombre sindónico tuvo que sufrir una tortura aun mayor a la que los Evangelios cuentan. Los estudios sobre la Sábana Santa arrojan un rostro y un cuerpo muy alejado de lo que la imaginería nos ha mostrado todo este tiempo.

Siguiendo las evidencias que se han encontrado en el lienzo, el hombre Sindónico sufrió un golpe en la nariz y el pómulo derecho, hundiendo la primera y provocándole un hematoma en el segundo. Dicho golpe fue dado con un palo y no con la mano tal y como se muestra en la iconografía religiosa. La corona de espinas que le fue colocada en la cabeza era muy grande, cubriéndole por completo la tez, distinta a la que le colocan a los Cristos procesionales que solamente dan la vuelta a la frente. En la frente del hombre sindónico se pueden encontrar los regueros de sangre que resbalaron hasta la barba. En el reverso de la Sábana Santa podemos observar en la espalda evidencias de la flagelación. Tras ser flagelado, el hombre del paño Sindónico hizo el camino hacia el monte Calvario vestido, con el tobillo derecho atado, provocándole numerosas caídas, muchas más de tres. Con respecto a la crucifixión, al contrario de la creencia, fue clavado entre la mano y la muñeca, de tal forma que no cayese del madero, provocando una agonía mucho más cruel. En el paño se puede encontrar en el costado derecho la herida provocada por la lanzada.

Jesús según la imaginería

“Los imagineros no han seguido los estudios sobre la Sábana Santa”. Así es como Julio Marvizón respondió a la posible influencia que había tenido la Sábana Santa en la imaginería y la escultura religiosa. Solamente destacó la imagen de Juan Manuel Miñarro, escultor sevillano: “Miñarro es el único que ha realizado un Cristo Sindónico”. Esta talla se encuentra en Córdoba y en ella se pueden ver algunas de las características principales que se detallan en la Sábana Santa como por ejemplo la nariz rota o la espalda totalmente cubierta de sangre como consecuencia de los latigazos. A raíz de esta imagen realizada para una hermandad cordobesa, Miñarro ha sufrido numerosas críticas, lo que invita a pensar sobre si una imagen sindónica generaría la devoción que puede producir una talla común, y si sería aceptada de igual manera.

El resto de imagineros no siguen las normas sindónicas. “Lo respeto pero no lo comparto, no tengo por qué hacer una imagen con la nariz rota. Es algo que siempre ha estado ahí, pero que nunca sabremos si fue así o no. Claro que se pueden hacer obras así, pero no es mi estilo”. El maestro Luís Álvarez Duarte destaca por la belleza que imprime a sus obras. Para él, lo más importante en una talla es que tenga “chispa”, por lo que centra su estilo hacia la belleza, es un estilo preciosista. “Ahí están Juan de Mesa o Martínez Montañés, a ellos no les hizo falta la Sábana Santa y nadie va a venir a reformar lo que ellos hicieron”. A pesar de sus conocimientos sobre la Sábana Santa, de la cual asegura “saber mucho”, Duarte no ha variado su concepción de Cristo: “A Jesús me lo imagino como mi Cristo Cautivo del Polígono o el de La Sed”. Ambas imágenes destacan por lo impresionante de su talla y la fuerza de su gesto, aunque ambas se alejan del hombre sindónico.

“Una obra sale del alma. La complejidad de crear una imagen es que tenga unción, todo imaginero religioso tiene que buscar eso a la hora de hacer una imagen”. De esta forma Antonio Luis Troya, joven imaginero sevillano, expresa su opinión. A la hora de hacer su obra, Troya, asegura basarse en otros autores aunque “siempre aportando algo propio a la misma”. El sevillano no descarta la posibilidad de que las obras sindónicas creen devoción: “Ahí está Miñarro, es un gran profesional. Le da realismo a la obra, es espectacular. A mí también me gusta el realismo, pero no el hiperrealismo. Para mí prima la unción sobre cualquier otra cosa. Los demás buscamos la belleza, él (Miñarro) es el único que busca lo que ocurrió”. Troya guarda su concepción sobre Jesús en su cabeza, dándole a cada imagen suya un toque distinto del resto: “Mientras tallo, concibo a Jesús en mi cabeza, creo que cada imaginero tiene su propia idea, y así lo expresa, cada uno tiene su visión del arte y hace a la imaginería algo único”.

Arte contra realidad

La imaginería ha evolucionado de manera indudable. Solo el maestro Luís Álvarez Duarte trabaja la madera desde el bloque macizo hasta el policromado. La amplia mayoría de los escultores lo sacan de punto, utilizan una máquina que desbasta la madera para luego tallarla a mano. Así lo reconoce el propio Antonio Luis Troya. La entrada de la tecnología no debe hacernos olvidarnos de la base fundamental de la imaginería religiosa, y es que se trata de arte. El tema es espinoso. Las imágenes religiosas sirven para acercar la fe, lo divino, al pueblo. En este contexto surge y esa naturaleza no se ha perdido todavía. Entorno a ello, ha surgido toda la tradición escultórica. Dios hecho hombre, con una fuerza impresionante y desmedida, una mirada sobrecogedora. María, su madre, lo más bella posible, incluso en el pesar que le invade. Así lo concibe  Luís Álvarez Duarte, aunque conoce la realidad. María debía rondar los 50 años, tenía que estar desgastada y Jesús de Nazaret sufrió un castigo que sigue hiriendo nuestra sensibilidad. Muy probablemente no sea posible conseguir la unción de la imagen, la admiración, la chipas y el sobrecogimiento que las imágenes provocan entre los creyentes si estas fueran fieles a lo real. La tradición nos ha acostumbrado a una belleza y pureza de la que ni queremos, ni podemos salir. Miñarro es un maestro que pasará a la historia y su obra es necesaria, alguien tenía que hacernos ver ese punto. Una realidad aterradora, que no solo sobrecoja, sino que es una imagen que dolería a una gran parte de la religiosidad. La fe no está dispuesta a lidiar con esa representación. No hay mayor atracción posible que la que genera la belleza, no hay belleza más pura y cercana que la que el legado de la imaginería nos ha dejado. Jesús no estaba como nos lo imaginamos, ni como nos lo muestran. Su representación no es realista, ni debería serlo, no podemos olvidar que estamos ante una expresión artística y poner límites a esta sería lo verdaderamente imperdonable.

(Reportaje de Alfónso Cárdenas y José María Garrido/Fotografía portada Sergio Sánchez)