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Crónica Viernes Santo

Ayer vivimos la séptima jornada de Semana Santa en Sevilla, un día soleado, con menos temperaturas y en el que era más fácil de andar que en otros días.

Poco a poco nos acercamos al final, a ese día que tan importante es para los cristianos y en el que volvemos a poner el reloj a cero para contar los días que restan para vivir una nueva semana grande.

En la tarde de ayer, Viernes Santo, la ciudad ya había vuelto a la normalidad. Los termómetros bajaron, permitiendo que se disfrutase de una magnífica tarde de primavera en la que procesionaban algunas de las hermandades más antiguas de Sevilla.

La Carretería abría sus puertas en el barrio del Arenal para buscar la Catedral por las calles estrechas de su barrio, calles que ya sea por la calor o por el cansancio acumulado de la semana estaban más vacías que de costumbre, permitiendo a los allí presentes a disfrutar más si cabe de una cofradía en la que nada tiene desperdicio.

Desde Triana ayer visitaban el centro dos de las hermandades más importantes de dicho barrio. Primero el Cachorro, la imponente talla de Ruíz Gijón avanzaba por el Puente de Triana y San Pablo llenándolo todo, dejándonos boquiabiertos un año más. Tras la Virgen del Patrocinio nazarenos morados que pregonaban la llegada del conocido como el “jorobaito de Triana”, la gran devoción del barrio durante muchos años. La Virgen de Castillo Lastrucci cerraba un cortejo de dos hermandades unidas que llevaban hasta la Catedral a todo el barrio de Triana.

Ambas pasaron por la Magdalena, desde donde, minutos más tarde, realizaba su salida la hermandad de Montserrat, mostrando a Sevilla que todo aquel arrepentido tiene perdón, representado con la magnífica talla de Juan de Mesa y posteriormente con el espectacular palio de la Virgen de Montserrat.

La Soledad de San Buenaventura acompañada de la Banda Municipal de Música de Mairena del Alcor avanzaba dejándonos esa misma sensación a los cofrades conforme avanzaba la tarde.

Quedaban las dos hermandades de silencio: San Isidoro, siempre lúgubre y rígida; y la que durante muchos años fue apodada la “Macarena pequeña”, la Mortaja, solemne como de costumbre.

Ayer pudimos disfrutar de un día con sabor añejo, de esas jornadas que transportan a otros tiempos, calles apagadas, saetas por doquier, mantillas y chaquetas. Jornada de tradición que nos acerca aún más a lo inevitable, que nos deja un poco más cerca del día de la resurrección.

Disfruten el sábado que esto se acaba.

  Alfonso Cárdenas Díaz
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