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Poema al Cachorro «Sin tierra ni orilla»

Abril devuelve hoy nubes al mar,

retira vientos y templa las brisas.

El azul cálido de este Dios se desborda

por las esquinas del cielo de Castilla.

 

El sol, triunfante y violento,

se despereza por patios antiguos y frescos

La cal de las fachadas, ya descoloridas,

refleja las ondas luminosas

y el naranjo cubre de sombra las aceras.

 

Se aviva en el puente la inquietud.

El corazón del niño -corazón de un puente ardiendo-

cumple con su metáfora de juventud.

La inocencia desviste los muros de la muerte,

y sobre los cristales del río, espejos de azogue viejo,

se equilibra la balanza de su suerte.

 

Por la Capillita se entretienen las horas y las luces.

El sol se arrima a sus cabellos y derrama su miel

por el pecho tensado y henchido.

El Cachorro, espiga de oro clavada en el aire,

hipnotiza con su tránsito

el vaivén de las cabezas.

El azote de los tiempos zarandea

su figura, callada y sola. Sin embargo

se mantiene aunque caiga.

Se levanta en intentos desesperados.

 

Se va a despedir en medio de la nada.

En medio de dos orillas, abierto el universo,

Y las aguas desbocadas.

Canta triste y ahogado el rumor de la cava.

¿A dónde va? Ni Él lo sabe porque nunca ha visto nada.

Solo cielo, solo azul. Él no tiene tierra.

Solo clavel, solo madero,

Solo es Dios al que estoy viendo.

 

Su patria es el viernes, eterna nana de despedida.

Manuel volverá a traer su alma perdida. Cruzando el Guadalquivir,

como Caronte por la Estigia. Decide su propia muerte

y promete vidas imposibles.

Triana a cuestas y Sevilla en los costados.

Y la raza suya en las pupilas.

 

Por sus labios, una súplica.

Por los nuestros, se ha ido nuestra vida.

Porque yo he visto en ese hombre,

El final de nuestros días.

 

 

(Fotografía Loren Gómez)