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Aires de primavera

¡¡Ya está aquí!! ¡¡Ya está de vuelta!!! Como la vida misma, todo vuelve a resurgir, el principio del fin está aquí y lo sabemos, lo anhelamos, como los Griegos, los Romanos y otras tantas civilizaciones. ¡El negro del invierno, deja paso a la luz!! Al resurgir de la vida, estas civilizaciones hacían fiestas para conmemorar la llegada del Dios Sol, para quedarse durante seis meses entre nosotros y darnos “vida.”

Como antaño, las calles desiertas por el viento helado y la lluvia cansina, deja paso poco a poco a la afluencia de personas en las calles. Empiezan  apareciendo con dubitativo caminar  y después avanzando con decisión, para encontrarse en las vías públicas, para reencontrarnos y socializarnos, que es lo que nos gusta al ser humano.

El anuncio que trae los días más largos, el buen tiempo, nos prepara para lo que tiene que llegar. La venida de la primavera trae consigo un espectáculo de luces y sombras difíciles de superar, trae también olores, que dejan los sentidos embotados de un disfrute sin igual.

La vista con esos atardeceres, con unos colores inclasificables. El olfato, con los llegada a nuestras fosas nasales de miles de aromas que desprenden las plantas en flor. El gusto, porque en esta época del año se desarrollan comidas y postres especiales. El oído, porque en la lejanía se escucha un ruido armónico que nos recuerda a nuestra niñez, un ruido sinfónico que nos deleita nuestra memoria, un ruido de trompetería que nos aturde y nos levanta el ánimo. El tacto, porque empezamos a tocar metales nobles, que lejos de estar fríos, al limpiarlos y pulirlos, como ya hicieran nuestros ancestros, en siglos pretéritos, nos enseñan una calidez acumulada por miles de manos, que con cuidado exquisito, los limpian para tenerlos, una vez más, relucientes y brillantes como el mismo sol. La vista, porque miramos y vemos, porque lo que descubrimos, una vez más, es esa maravillosa visión de acercarse un “paso, trono, parihuelas, etc” que nos adentra en el mundo de lo que ansiamos, año tras año, década tras década, lo que nos hace felices.

La tradición que hemos mamado, la inculcaremos a nuestros hijos, que a su vez ellos inculcarán a los suyos y estos a los nietos de nuestros hijos, la letanía de la vida transcurre así, lenta, pero inexorable, dando oportunidad a la creencia de que lo igual de nuestros padres, ha quedado en nosotros, para que poco a poco, quede en el retazo de la memoria de nuestra descendencia.

Los naranjos, nos anuncia con su explosión de azahares abriendo al unísono, que la llegada de la representación iconográfica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo ya está aquí, ya ha pasado un año más, la vida se vive por Semanas Santas, por cuaresmas que se avecinan, por cultos, salidas y olor a incienso. La vida con ese fondo es mucho más bonita.