Blog

Vestido de Majestad

Ayer saltó la que es la noticia de la Cuaresma y uno de los principales atractivos de esta próxima Semana Santa, que inauguraremos en tan solo cinco días. El Cristo de la Salud, de la Hermandad de los Gitanos, vestirá túnica bordada la próxima Madrugada del Viernes Santo. La pieza es una reproducción de la túnica bordada por Juan Manuel Rodríguez Ojeda a principios del siglo pasado y que vistió el Señor hasta que fue destruida en los sucesos de 1936, donde también quedó reducida a cenizas la imagen de Montes de Oca.

Es cierto que desde hace semanas circulaban rumores alrededor de la posibilidad de que, al fin, el Señor visitera la túnica bordada después de décadas de equivocaciones y errores. Y es que volvió a salir a la palestra virtual el debate de la idoneidad de que las imágenes porten túnicas bordadas o lisas. Los defensores de esta última opción arguyen, sin fundamento, que Cristo era pobre y como tal debe ser revestido de telas lisas y sin oros.

Es obvio que la moda de las túnicas lisas pervive hoy día en muchas hermandades. Y se utiliza la palabra moda porque es una costumbre que tiene un origen concreto y claramente situado: la posguerra. Cuando finaliza la Guerra Civil, la carestía económica y las dificultades para sobrevivir obligaron a las Hermandades a desechar la posibilidad de costearse nuevas túnicas bordadas y acudieron a las lisas, hasta que poco a poco fueron recuperando la estabilidad. Pero de ser una necesidad básica se traspasó a una tradición a partir de los años 70, cuando muchas Hermandades decidieron mantener las túnicas lisas en sus imágenes titulares, desatendiendo el rigor histórico y litúrgico de la Semana Santa. Quien dice túnicas lisas, dice el ruán, los claveles en los palios, las potencias y las coronas de espinas… Bien merecen también otro capítulo aparte.

“El Señor reina, vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder”, reza el Salmo 92. Por tanto, desde un primer momento se contravienen los preceptos litúrgicos. Además, en el siglo XVI el Concilio de Trento ya establece unas normas litúrgicas correspondientes a los colores y a los bordados. Estos valores se ratificaron posteriormente en distintas ocasiones, entre ellas, la más vigente: la de Juan XXIII en 1960, en la bula Rubricarum Instructum. Más allá de la obligatoriedad de usar el color morado, (el blanco solamente en excepciones tales como el Señor del Silencio, una vez que Herodes tacha de enajenado mental a Jesús y la Paz, símbolo de la unidad antes de la penitencia), el bordado es de obligado cumplimiento litúrgico, con toda la simbología que el mismo implica.

Y es que la riqueza del diseño en las túnicas bordadas también forma parte del acervo artístico y cultural de la Semana Santa, amén de ensalzar los valores plásticos de la imagen. Los acantos, por ejemplo, simbolizan el camino a la salvación y las espinas el sacrificio. Los cardos, por ejemplo, son la flor del mal. Era una forma de ilustrar al pueblo, de transmitir las enseñanzas bíblicas de una manera más lúdica. Por tanto, toda túnica lisa destruye la verdadera tradición litúrgica y transgrede el mensaje y la historia de la Semana Santa.

¿Qué se quiere decir con esto? Principalmente, que la fiesta hoy día sigue inmersa en un proceso de indiferencia cultural inmensa. Se está incumpliendo libremente, sin que nadie ponga remedio, con uno de los pilares fundamentales de una congregación religiosa como es una Hermandad: la formación. La falta de formación, por parte de autoridades eclesiásticas y directores espirituales, es gravísima, y eso se traduce en que el criterio único para elegir algo tan delicado como la vestimenta de un Cristo o una Virgen sea el gusto del prioste de turno, desoyendo las reglas y normas.

Frases tales como “parece que viene andando” o “va al compás de la música”, con todo el respeto, denotan esa ignorancia establecida en el ideario colectivo de muchos cofrades, que buscan refugio en su propia memoria (selectiva y corta) para defender sus posturas. Además, a las túnicas bordadas también se le pueden proporcionar movimiento parecido al que posee una túnica lisa suprimiendo el péndulo que las sostiene ceñidas al cuerpo.

Por esta regla de tres, como decía también un buen amigo, María, en la Calle de la Amargura, iba vestida de ropajes humildes y no con coronas con varios kilos de oro y mantos fastuosos e inmensos. Los tiempos oscuros de aquellas épocas donde las túnicas lisas fueron más una obligación que una libre elección se mantienen hoy día, aunque la Hermandad de los Gitanos, con justo y buen criterio, ha apostado por utilizar la maravillosa túnica bordada, a la que destinaron buena parte de sus fondos, y no precisamente para depositarla en una vitrina o para la realización de cultos. Por ello, la cofradía recupera parte de su estética perdida hace casi un siglo. La personalidad siempre debe prevalecer y negar la propia historia es, como dije hace tiempo, negarse a sí mismo. Y nada mejor que anunciarlo el Día Internacional del Pueblo Gitano. Con esta decisión se vuelve a una identidad perdida con el paso de los años.

Ocurrió con el Valle hace algunos años, con Pasión recientemente y Los Gitanos ha dado un golpe sobre la mesa que, ojalá, redunde en otras hermandades que siguen empecinadas en no cumplir con la liturgia que, sin embargo, cumplen rigurosamente en otros ámbitos y sin el más mínimo desliz. Y hay casos en nuestra Semana Santa que saltan a la vista y que se han reclamado con insistencia y casi desesperación.

Además, al Niño Jesús, cuando nació, ¿qué le trajeron Sus Majestades? Incienso, mirra… Y exacto. Disfrutad la mañana del próximo Viernes Santo. Será un viaje a la Semana Santa de siempre. La que nunca debió perderse.