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Sábado Santo en Sevilla

Tan solo un paso entre la muerte y la vida. Cercanía, misterio y dos amaneceres. De la cruz a la piedra rodada y derribada. Entre tanto, toma cuerpo y forma en Sevilla la exégesis perfecta de la palabra prometida. Una particular jornada que es más que necesaria para enlazar los días de la muerte y de la gloria, sin duda de comprometida explicación para foráneos e inexpertos. No es tarea sencilla explicar al joven, y al forastero, el por qué de un esqueleto vagando por nuestras calles.

El Plantinar fue tempranero portador de alegorías trascendentales. El Santo Varón pronto atravesaba con su cruz los árboles caídos de la calle Ancha de San Bernardo, destrozando con su pie llagado el cráneo de Adán, enterrado entre cardos y espinos. La Virgen del Sol completa, a la par y poco a poco, su techo de palio y su integración en la Semana Santa.

En el cénit de la tarde, alta la espada tibia del sol, solo luz y la Muerte de Ases para la Piedad servita, entrecortada en la piedra gótico-mudéjar de San Marcos. De ser hace dos mil años aquel momento de ayer, no tendría la muerte si no el color pálido y mustio de la madre dolorosa y el hijo inerte. Caída la noche, ya en vísperas del repique de gloria, solo la madre, dormida la plaza, salpicado el silencio por la fuente recóndita y clara de Santa Isabel y la violenta espesura de la noche de abril. Herían aquella noche los olores y las despedidas.

Mientras tanto seguíamos intentando comprender. El misterio alegórico (y fundamental, por el cual nos persignamos ante las imágenes santas) del Decreto descendía deslizándose por calle Imagen y San Pedro, portado por un río negro de antifaces trazados a mitad del pecho. Medalla y corazón temblando al mismo son. La fe nos recuerda que somos ciegos en amor y en creencia; con ella caminamos y por ella nos guiamos. “No lo verás tú”, que le dijo el amigo al pregonero. Suspendida la muerte en el péndulo del sudario, ya todo es clamor y alboroto. Cómo no despedir con Ella, limpia, cálida y fresca. Todo es mejor cuando hay la Esperanza de volver a verte pronto, sea cuando tú quieras.

Y el tema de los esqueletos es comprometido. Bueno, hablemos con propiedad: la Canina es un misterio, una interpretación tan básica que resulta indescifrable. Dicen que es mala suerte que se detenga ante nosotros. ¿Por qué? La Cruz ha triunfado sobre la muerte. Cuando pase solo habrá almas alegres y convencidas de que estamos a salvo. El que reposa en la urna acristalada vendrá mañana a levantarnos y a sonreírnos, aunque ahora sea todo muerte. Muerte digna para Dios, en oro y catedral minimizada. Piernas encorvadas por el martirio de la cruz y en su ceja una espina. Siempre sufriendo, hasta muerto. La variopinta comitiva, que contó con la presencia de la colorinesca representación de nuestras Hdades y celebérrimas personalidades (María Dolores de Cospedal, Susana Díaz, el ministro y el Alcalde, entre otras), quedaba silenciada por el desafío. La muerte retando al dolor, a la resistencia humana. Nada nuevo entre nosotros. Consuelo donde nunca hay ni habrá. La genovesa Virgen de Villaviciosa (que sorprendió con una particular aureola y con su vestimenta) se perdió por Tetuán esperando el milagro de la gloria.

Y un poco más lejos, entre la ribera y Jesús del Gran Poder, entre Murube (ilustre soleano) y Montesinos, alguien se preguntaba: ¿de dónde vienes a estas horas, bello lirio de la madrugada?

En cualquier otro lugar del universo ya se celebra la buena nueva. En el barrio de San Lorenzo (por Teodosio, Santa Clara, Cardenal Spínola… ¡quién sabe dónde!) no estaba María para celebraciones. Nunca lo ha estado, siendo sinceros. Cuando la penumbra de San Lorenzo devoraba la sola luz de su sola mirada, la voz rota volvió a recordarle: “No tengas pena ninguna, que Cristo resucita, entre las doce y la una”

En aquel instante dobló una campana. Entonces, todo quedó en Soledad.

 

(Fotografía Eduardo Suárez) 

  Manuel Lamprea Ramirez
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