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El Sábado Santo de los Servitas

No es posible descifrar la intimidad y pureza de esta luz. Es mansa, cálida, y con sus perfiles acaricia todo cuanto se interpone. En la claridad, la realidad de las cosas adquiere una dimensión de humanidad infranqueable. Este día, tan último como todos, solo descubre verdades mundanas y nuestras. La luz amortaja la carne sin latido de Dios. Lejos ya los clavos, los azotes, los ecos de la tortura del mundo. Un mar de paz agitado por las perlas saladas de los ojos de María.

Todo se fusiona, todo es un conjunto. De alguna manera u otra, todos participamos en la cofradía de los Servitas. Compasión, certeza, identidad. Es caminar a la vera de una vida que siempre será nuestra. Equivalencia sublime: la muerte manifiesta su poder igualatorio. También somos nazarenos, sudario, tambor destemplado. Es imposible mantenerse ajeno a la rotundidad de una luz que agita espíritus en pleno día. Sin noche. ¿El resto? Soledad. Como siempre.

Manuel Lamprea Ramírez

(Vídeos de José Alberto Rodríguez y Miguel Ángel Vilas)


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