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Crónica de la Salida Extraordinaria del Cristo de los Desamparados del Santo Ángel

Pongámonos en antecedentes: nadie se esperaba nada de lo que finalmente ocurrió. El calor, la fecha, el posible éxodo playero y el calendario de exámenes a priori presagiaban una salida extraordinaria algo desangelada, atestada de “guiris” y con el personal local buscando cobijo en el potente aire acondicionado de las tiendas. A las siete y media de la tarde en pleno junio (con el verano arrollando una primavera agonizante) se esperaba de todo menos gente. Y nos dimos de bruces con la realidad. Parece que no nos conocemos. El orden de prioridades está bien definido.

Una vez realizadas las oraciones por los desamparados del mundo en el interior de la iglesia, con puntualidad suiza se abrieron las puertas del Convento del Santo Ángel y comenzaron a desfilar los participantes del cortejo, básicamente compuesto por representaciones de hermandades, que acudieron fundamentalmente por cercanía geográfica (Sacramental de la Magdalena, Montserrat) y por vinculación histórica (Lanzada). Cómo no, cerraba la comitiva la Junta de San Bernardo, que desinteresadamente cedió el paso de su titular para que la imagen montañesina procesionara en el día de ayer. La Estrella, la Macarena y Los Gitanos también se hicieron hueco en formal acompañamiento.

La experiencia de la familia Villanueva y su perfecto conocimiento de las andas comandó una salida algo dificultosa, pero con solvencia y profesionalidad superaron el dintel conventual y la Oliva de Salteras comenzó a interpretar solemnemente la Marcha Real. Al momento, tambores destemplados e Ione. Miradas entrecruzadas y fugitivas sonrisas de sorpresa. Puro Viernes Santo, ¿no creen?

La floristería onubense Antonio Rivera se encargó de adornar el paso con rosas, calas, claveles lisiantum y orquídeas, entre otras, rompiendo transversalmente con la estética fijada los Miércoles Santo en el arrabal. Codales morados en los candelabros remataban el buen gusto del exorno escogido, medido con meticulosidad y detalle. Y es que así fue la procesión, en general, con Fray Juan Dobado al frente, promotor principal de esta maravillosa historia de la que se conmemoran ya 400 años.

Se rehuía un poco del recorrido, quizás demasiado concentrado y céntrico, pero finalmente se agradeció la sombra de la calle Sierpes después del tremendo sol que azotaba al Cristo de los Desamparados en plena Campana. Cerrajería y Cuna (y los toldos del Corpus, dicho sea de paso) ofrecieron cobijo a los casi 35 grados que poco a poco comenzaban a remitir. Los presentes aprovecharon el callejeo para esperar al cortejo en el Salvador y reponerse de las altas temperaturas con el líquido elemento (que aquí adopta otro color, pero es elemento igualmente). En este punto se vivió el momento más curioso y emocionante. Porque, al fin y al cabo, debíamos reverencia y agradecimiento al verdadero artífice de esta nuestra fe. El imponente y hermoso crucificado se detuvo ante la efigie serena de su creador, que volvió a verlo después de cuatro siglos. Algún día valoraremos la trascendencia artística del alcalaíno y su legado inmortal en nuestra imaginería, y en nuestra Semana Santa.

Los sones de Amarguras acompañaron la caída definitiva de la noche en el cruce de Sierpes con San Francisco, tras cruzar perpendicularmente la calle Entrecárceles. Ya en los alrededores del paso se comentaba tímidamente: “pues esto de las bandas de música con Crucificados es espectacular, le imprime un corte elegante y sin estridencias”. Ayer la banda saltereña dio un golpe sobre la mesa, por el repertorio elegido (¡exquisito!) y por la maestría con que interpretaron las marchas. Habrá que replanteárselo, porque es difícil igualar la conjunción de ayer tarde.

El tramo final de recorrido (Plaza Nueva, Méndez Núñez y Magdalena) se completó con relativa celeridad y alrededor de las 23:15 comenzó a entrar el cortejo que había acompañado a los Carmelitas en esta procesión ya inscrita en los anales.

Ayer no se descubrió nada porque el Cristo de los Desamparados está ahí siempre. Pero sí se recordó que con fe, con devoción y con arte se puede crear belleza. Gracias al Santo Ángel por organizarlo todo. A Montañés por infundir la semilla de la fe y a Dios por tardes como la de ayer. Cara al público y con partituras de Font, se despedía hasta no se sabe cuándo. La última imagen que recuerdo, al fin y al cabo, es la de su mentón hundido en el pecho, grave y pálido, sufriendo eternamente su muerte. Él nos salvó. Que nunca se nos olvide.

Manuel Lamprea Ramírez


(Reportaje fotográfico de Jose Mª Carreras, Victor González, Rafa Soldado y Carlos Rojas)

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