Blog

In aeternum

Caigo en el error de lamentarme por haber borrado aquellas líneas. Estuve a punto de hacerlo, y no lo hice. Decidido a hacerte lo que siempre proclamo —homenajear en vida—, y al final no lo hago. Pero es un error pensar en mi propia equivocación. Y lo es porque para mí se quedan las horas que he echado atrás contigo y tus cantores. Mis palabras, como tú y a quien ya debes estar viéndole el rostro sabéis, son sinceras. Salen de un corazón herido, uno como el de cualquier sevillano. Ay, sevillano, sentimiento de pertenencia extendido por mor de tu obra, capaz de convertir a aquel que la sienta en portador de la más genuina sevillanía.

Por desgracia, no soy nuevo en esto de despedir a artistas a los que admiro. Son parte de uno, y su pérdida se siente cercana, casi como la de un familiar. Pero, aunque haya tenido que decirle adiós a algún que otro artista, nunca te acostumbras. Y, si no conoces al hombre debajo del artista, puedes desarrollar, al menos, un consuelo: muere la persona, no su obra. La carne se duerme, pero el arte sigue despierto. Y mientras que los mortales te seguiremos escuchando y partiremos cuando el Padre nos llame, lo que nos has dejado seguirá sonando. Tal es la grandeza de un artista, que tiene el poder de trascender, la licencia inextinguible que permite hablar siempre en presente de él.

En un pueril error, este sí, podría entrar en mentar a aquellos que te han vuelto la espalda y ahora te lloran; mas no creo que merezca la pena ni que tú, siempre fiel a ti mismo, lo quisieras. Qué más te dará eso si has alcanzado la más alta de las cotas: ser el pregonero del pueblo, ¡qué dicha más grande!

Ahora, frente a frente con el rey de los cielos, felicítalo por la fantasía que puso en su gran creación urbana. Rezaré por ti, Pascual, y lo haré cantando, porque así reza Sevilla. Qué bonita debes estar viendo a la Giralda.