Poco a poco, paso a paso, hemos llegado al final de la Cuaresma y nos disponemos a encarar la Semana Santa. La semana más importante para los cristianos en general y sin duda la más emocionante y especial para los cofrades en particular. Son muchas las maneras de entrar en la Semana Mayor. Basta pensar en quien entra en ella esperando simplemente unos días de descanso, de playa, de turismo. O en quien la encara como turista, dispuesto a conocer ciudades y arte, edificios y procesiones, desde un punto de vista histórico y cultural. También hay quien se introduce en la Semana Santa desde el deseo de vivir las procesiones como una cita familiar o social, que le liga con su propia identidad, con su pueblo y con su gente. Pero, como no podía ser de otra manera, en estas líneas me gustaría ofrecer unas claves para entrar en la Semana Santa como cristianos, tras las huellas de Jesús como cofrades que han tomado su cruz y le siguen.
De este modo, creo que conviene recordar que a Jerusalén se entra entre palmas y vítores, pero al Calvario se llega de un empujón. Así, en el umbral de la Semana Santa contemplamos a Cristo que entra triunfalmente en la ciudad de Jerusalén, aclamado por todos y recibido como el Hijo de David, el bendito que viene en el nombre del Señor. Y, como sabemos, pocos días después, el Viernes Santo, el Señor recorre esas mismas calles haciendo el camino inverso, siendo expulsado de la misma ciudad que le había recibido, cargando con una cruz y sin apenas fuerzas, después de haber sido flagelado y coronado de espinas. Por ello, el Señor cae por las calles de Jerusalén y a lo largo del camino del Gólgota y así, llega al Calvario entre empujones y patadas de los soldados romanos que después le clavarán a un madero entre dos ladrones.
Este contraste dramático y desgarrador, es presentado de un modo natural por la Semana Santa de nuestros pueblos y ciudades. Así, es normal que en muchas de nuestras iglesias nos encontremos con la imagen de la Borriquita y la del Crucificado o la del Nazareno, colocadas sobre sus pasos, una frente a otra, esperando a salir a las calles. O que, después de la procesión triunfante y alegre de la Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén, las puertas del templo vuelvan a abrirse para que por ellas salga Cristo sangrante y muerto.
Creo que en este contraste se enmarca una gran sabiduría que afecta tanto a nuestra fe en Cristo como a nuestra propia vivencia de cofrades y, por ende, de cristianos. Y es que, estas imágenes y procesiones de la Borriquita y del Varón de Dolores son una advertencia de que no debemos llamarnos a engaño ni confundirnos, como hicieron tantos en aquella mañana de Domingo de Ramos. Puesto que, Jesucristo mismo nos recuerda que “su Reino no es de este mundo” y por tanto, su ser Mesías no pasa por la gloria y el honor mundanos, sino que más bien conoce nuestra condición humana hasta en sus noches oscuras más dolorosas.
Por otro lado, como decía, estas dos imágenes tienen mucho que decir a nuestra vivencia de cofrades. Puesto que, a veces imaginamos que nuestra pertenencia a las cofradías y nuestro tomar responsabilidades y cargos en ella o en la Iglesia será algo parecido a la procesión del Domingo de Ramos: una aclamación y aplauso continuos. Sin embargo, aunque a veces esto se dé, lo cierto es que en ocasiones quien tiene que coordinar y tomar decisiones, se encontrará con la soledad, la falta de compromiso, la incomprensión, la crítica y el dolor. Creo que esos momentos marcan a fuego nuestra vivencia de la Semana Santa, puesto que nos recuerdan que si estamos allí no es por la búsqueda del aplauso de la gente, sino por el seguimiento de Jesucristo que carga con su cruz y sufre por amor. Solo caminando en pos de Él y con Él, uno es capaz no solo de soportar el peso de la cruz, sino también de darle sentido desde su profundidad más honda, y no desde la confusión de la gloria humana con la gloria de Dios, que llegará con la resurrección.
Por ello, en este Viernes de Dolores, al inicio de la Semana Santa, quizá valga la pena mirar a la cruz, dirigiendo nuestros ojos al Crucificado y también a su Madre Dolorosa que se encuentra bajo ella. Puesto que así seremos capaces después de entender cuál es ese triunfo con el que Cristo entra en Jerusalén el Domingo de Ramos, encarando con fuerza humana y amor divino su trágico destino.
¡Feliz y Santa Semana a todos!