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La ruta de los viernes de Cuaresma: el entorno de San Pedro

La pasada semana continuamos en Cinturón de Esparto esta ruta de los Viernes de Cuaresma, llevando al lector a visitar todos los enclaves de los alrededores de la Alfalfa, y dejándolo en la Plaza de San Leandro tras rezar a Santa Risa de Casia.

El devoto podría continuar la jornada dirigiéndose por Francisco Carrión Mejía a la Parroquia de Santa Catalina, reabierta en noviembre de 2018. En aquella iglesia de estilo gótico mudéjar del siglo XIV, levantada sobre los restos de una antigua mezquita, reside una devoción entrañable titular de una de las hermandades letíficas de este templo: Santa Lucía.

Procedente de una iglesia del mismo nombre ya desacralizada, ubicada entre San Julián y la antigua Puerta del Sol, esta imagen anónima y de estilo barroco, restaurada en 2022 recibe numerosas visitas de los fieles, especialmente de aquellos que padecen de enfermedades relacionadas con la vista. Y es que la mártir es reconocida como Patrona de los ciegos y de quienes padecen enfermedades oculares.

En esta Iglesia también podremos ver cada viernes cómo se alzan los pasos de la hermandad de la Exaltación, hasta que estos se encuentren preparados para albergar a sus titulares, a los que se podrá visitar en su capilla de estilo mudéjar, claramente manifestado en la decoración de su bóveda, el techo que cobija durante la mayor parte del año al Santísimo Cristo de la Exaltación, obra atribuida al círculo de Pedro Roldán, y a la Virgen de las Lágrimas, talla anónima que ha sido atribuida por algunos autores a La Roldana.

El resto del templo no merece menos. La capilla Sacramental es indescriptible. Es necesario gozarla en presencia para no perder detalle de un lugar donde el devoto puede sentir a Dios manifestándose en todos los sentidos. Más riguroso pero también exquisito es el retablo del Altar Mayor con la titular de la Iglesia, Santa Catalina de Alejandría, presidiéndolo. Y por supuesto no nos debemos marchar sin apreciar la belleza de las Vírgenes del Carmen y del Rosario, ambas con culto interno y externo por parte de una corporación letífica.

Desde Santa Catalina, el devoto podrá comenzar “a bajar” hacia las zonas de aquello que todo el mundo llama centro, deteniéndose en la Parroquia de San Pedro. Dejamos a gusto del devoto la opción de encontrar el popular pajarito del azulejo antes o después de la visita. Entramos en esta importante iglesia sevillana, del siglo XIV y estilo gótico mudéjar, que tiene por titular al primer Papa de la historia, uno de los apóstoles más cercanos a Cristo, que preside el soberbio retablo del Altar Mayor, realizado por Felipe de Ribas.

A la izquierda del retablo se encuentra la capilla de la Virgen del Pilar, titular de una hermandad de Gloria que se encarga de sus cultos, entre los que destaca la procesión vespertina de cada 12 de octubre. Esta capilla linda con la que guarda durante el año a los titulares del Cristo de Burgos. El magnífico crucificado, uno de los más antiguos de los que procesionan en Semana Santa, obra de Juan Bautista Vázquez el Viejo cumple 450 años, y lo celebrará con una procesión extraordinaria el 1 de junio. Lo acompañan en su retablo Madre de Dios de la Palma, obra de Manuel Gutiérrez Reyes-Cabo en 1884, y San Juan Evangelista.

Pero la parada íntima en este enclave se encuentra a la derecha, junto a la capilla Sacramental. Justo antes de entrar a adorar a Dios nos cruzaremos con el Nazareno de la Salud, obra del siglo XVII atribuida a Felipe de Ribas y propiedad de la hermandad Sacramental, la cual se encarga de realizar diversos cultos a la imagen durante la Cuaresma, como el Vía Crucis interno que este año se celebrará por las calles de la feligresía. Una imagen que transmite por la cercanía en la que es presentada durante sus veneraciones y que es visitada por numerosos fieles que siguen la ruta de cada Viernes de Cuaresma.

Una ruta que tiene su siguiente punto muy cerca, a escasos metros. El aviso nos llega nada más salir por las puertas de San Pedro. Por el blanco monumento con flores en su base y rodeado de arriates de la esquina, por el azulejo sobre la fachada de la iglesia que anuncia el nombre de la calle, donde duerme el sueño eterno la humilde zapatera de Sevilla: Santa Ángela de la Cruz.

El devoto sabe que aquí patrimonialmente no hay mucho que contar, que puede detenerse a observar los detalles del azulejo de la Amargura en la fachada y del Señor de los Gitanos y la Macarena ya en la entrada, a suspirar viendo de par en par el portón que se abre para la llegada de las imágenes y que en una ocasión enmarcó al Gran Poder. Podrá admirar los cuadros de La beatificaciones de Santa Ángela y Santa María de la Purísima, buscando en este último a los ángeles que se pasan una estampa de la Virgen de la Esperanza.

Pero poco más. Porque quien aquí ha entrado no busca quedar extasiado por los oros barrocos ni impresionado por las tallas que en Semana Santa escenifican la Pasión de Cristo. Quien ha atravesado las puertas del Convento de una congregación fundada en 1875 solo busca paz, piedad, recogimiento, oración, consuelo.

Hemos traído al devoto hasta la capilla donde descansa eternamente la Santa de los pobres, la primera de esos ángeles con hábito a las que vemos deambular por las calles con prisa yendo o viniendo de asistir a enfermos. Junto a ella, en una urna sobre la pared reposan los restos de una de sus seguidoras, la que recibió al Papa Wojtyla. Dos servidores de Cristo que sin buscarlo lograron la Santidad. Justo antes de entrar a la capilla una advertencia se hace visible: nada de fotos y móviles apagados. Nosotros haremos con el devoto lo mismo. Lo dejaremos traspasar el biombo y que él por sí solo encuentre o se encuentre en el corazón íntimo de la ciudad.