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La ruta de los viernes de Cuaresma: ventanas, palacios y conventos

La pasada semana iniciamos en Cinturón de Esparto una ruta que nos llevará a trazar la misma que muchos viernes de Cuaresma llevan a cabo numerosos sevillanos, dejando al lector en el centro neurálgico de las devociones íntimas, el Cautivo de San Ildefonso.

Para continuar la ruta, la siguiente parada llevaría grabada la misma iconografía. Saliendo de San Ildefonso por la puerta principal, el devoto giraría a la derecha y tomaría una de las calles más señeras de la Semana Santa por el paso de una cofradía, la de San Roque, en su camino de vuelta.

Se trata de la calle Caballerizas, lugar de memoria en la cofradía del Domingo de Ramos que cada año obra el milagro de llevar al Señor de las Penas y a la Virgen de Gracia y Esperanza por sus estrecheces, momento que recogió en su célebre pregón el poeta Antonio Rodríguez Buzón y que es recordado con un azulejo en la fachada de una vivienda particular en la zona más amplia de la calle. Allí cada año se repite eso de “A compás la cera llora/cuando viene de regreso…”

En el lado izquierdo del último tramo de Caballerizas surge la fachada lateral de la Casa de Pilatos, prototipo de palacio sevillano que se comenzó a construir en el siglo XV, albergando diversos estilos artísticos. Su nombre viene de un viaje que realizó a Tierra Santa en 1519 don Fadrique Enríquez de Ribera que se percató, a su regreso, que la distancia entre la casa del gobernador romano y el Gólgota era la misma que había entre su palacio y la Cruz del Campo, punto receptor de las primitivas manifestaciones de piedad popular en Sevilla.

Al llegar a la Plaza de Pilatos, se puede disfrutar de una hermosa panorámica de este conjunto, la misma que desde 1950 contempla el pintor Zurbarán en su pedestal. Podremos asomarnos a la reja de su portada principal y ver cómo se manifiesta la inminente llegada de la primavera en el florecimiento de sus buganvillas. Y podremos recibir el agradable olor de las garrapiñadas del puestecito que se encuentra a la entrada y que, tras la visita, deberíamos saborear para gusto de nuestro paladar. Accedemos al recinto por la misma puerta que los turistas salvo que, en lugar de girar a la izquierda, lo hacemos hacia la derecha, donde espera el Cautivo de Medinaceli.

La semana pasada referíamos la historia del Cautivo de Medinaceli de Madrid para explicar la extensión de la devoción a esta iconografía en la Edad Moderna. Hoy tenemos que volver a esa imagen para entender su relación con la casa de Medinaceli, la misma familia nobiliaria que es propietaria de la Casa Pilatos. Y es que la imagen de este Cautivo Rescatado por los trinitarios fue depositada en el convento de esta orden a su llegada a Madrid. Sin embargo, poco después el Duque de Medinaceli cedió unos terrenos de su propiedad adyacentes al convento para que se edificara allí una capilla donde la imagen pasó a recibir culto desde 1689.

El hecho de que los Duques de Medinaceli se alzaran como benefactores y protectores de la imagen provocó que al Cautivo Rescatado del Norte de África se le conociera como Cautivo de Medinaceli. Y esto explica que la casa nobiliaria mandara realizar una copia para venerar en su palacio sevillano, siguiendo los mismos modelos que el Cautivo de Madrid. Así lo pueden contemplar los centenares de sevillanos que durante los viernes de marzo visitan esta imagen realizada por el sevillano Juan Abascal Fuentes en 1960.

En una íntima y sobria capilla, bajo un templete de reciente creación, recibe culto esta imagen con túnica morada lisa y escapulario trinitario, peluca y mirada frontal, perfumado por el olor de los claveles que, junto a las velas, le han dejado numerosos devotos para cumplir así con el ritual de cada Cuaresma. Una capilla donde también encontraremos manifestaciones franciscanas, en alusión a la orden que custodia los Santos Lugares.

Al salir de nuevo a la calle, en la esquina izquierda del palacio podremos ver los dos azulejos que señalan las primeras estaciones del Vía Crucis que termina en la Cruz del Campo, protagonizados por el Señor de la Sentencia y el Nazareno del Silencio. Tomamos este lado de la calzada y, con cuidado porque la acera es traicionera, nos encaminamos hacia la Puerta de Carmona. Allí nos espera el Señor de la Salud y Buen Viaje de San Esteban.

No todos los viernes de Cuaresma podremos encontrar esta parroquia abierta, pero al menos podremos contemplar al Señor que recibe la burla a través de la no menos pregonada ventana que da a la calle San Esteban, rincón desde el alcanzaremos a otear los anuncios de venta de capirotes en los diferentes negocios de la zona.

En la Iglesia de San Esteban, levantada en el siglo XIV siguiendo el estilo gótico mudéjar, podremos rezar ante la imagen anónima del siglo XVI, el Cristo que llora en Sevilla así como ante la Madre de los Desamparados, tallada por Manuel Galiano en 1927. Allí, entrando bajo el dintel del milagro, soñaremos con la llegada de un nuevo Martes Santo.

Es hora de desandar el camino y visitar dos conventos de la zona con un rico patrimonio histórico y artístico. El primero es el Convento de Santa María de Jesús, en la calle Águilas, habitado por la orden de las clarisas y fundado en 1502 aunque la mayor parte del edificio se construyó a finales del siglo XVI. Un Convento con el que tiene especial vínculo la hermandad de los Negritos, que nombró a las hermanas clarisas camareras de honor de la Virgen de los Ángeles.

Además de disfrutar de obras de Juan de Mesa, Pedro Roldán y su hija Luisa, podremos visitar a San Pancracio, otra de esas devociones íntimas en el corazón de los sevillanos que todos los lunes del año acuden a visitarlo, dejándole allí su ramita de perejil. Es una talla moderna y de menor valor artístico que el resto del patrimonio conventual pero con una gran devoción por parte de los fieles. Con mucha probabilidad, podremos tener un momento de oración y reflexión ante el Santísimo Sacramento que se encontrará expuesto en el Altar Mayor.

El segundo convento es el de San Leandro. Para dirigirnos a él accedemos de nuevo a San Ildefonso por la calle Rodríguez Marín. En la Plaza de San Ildefonso podremos comprar algunos de los exquisitos dulces elaborados por las manos de sus monjas agustinas con el fin de mantener un convento cuya subsistencia es en ocasiones muy compleja. La entrada a la iglesia de este antiguo convento, que posiblemente pudo fundarse en época fernandina, se realiza por la Plaza de San Leandro, otro lugar de memoria cofrade conocido como la Pila del Pato por el animal que remata la fuente de este enclave sevillano.

Una vez dentro, podremos disfrutar de un rico patrimonio, destacando el inigualable retablo mayor de Pedro Duque Cornejo. Un retablo que cobijó entre 2013 y 2014 a los titulares de San Roque por las obras de urgencia que se realizaron en su Parroquia.

En el interior de San Leandro, además de apreciar los retablos de Martínez Montañés y otras importantes obras barrocas, se encuentra otra imagen que forma parte de ese devocionario íntimo del sevillano: Santa Rita de Casia, una religiosa agustina de origen italiano que vivió en el siglo XV y es muy conocida por ser abogada de las causas imposibles, como lo son otros de los santos que veremos en las próximas semanas, continuando este trazado entrañable por la Cuaresma sevillana.