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La ruta de los viernes de Cuaresma: San Ildefonso

Con la llegada de una nueva Cuaresma el sevillano recupera los ritos que durante el resto del año quedan guardados en la caja de los recuerdos. Allí esperan, impacientes, la apertura de la tapa y su momento de irrupción.

Sin duda uno de esos rituales es la visita a los templos de la ciudad, donde habitan devociones principales, o que algún día lo fueron, o devociones arraigadas pero que tienen en esta época una alta concentración de fieles a su alrededor, siendo este su momento culmen de culto.

Así, es muy común que en los Viernes de Cuaresma abran las puertas templos, conventos y hasta palacios de la ciudad para recibir la visita de numerosos fieles que vienen a cumplir, otro año más, con el rito transmitido, normalmente, por familia.

No mentiríamos si dijéramos que hay un enclave en pleno centro de Sevilla que, careciendo de hermandad penitencial, y por tanto de procesión de Semana Santa, es parte imprescindible de la Cuaresma siendo un auténtico epicentro los viernes de este tiempo litúrgico, en especial los del mes de marzo, cuando se celebran los cultos al Señor Cautivo. Nos referimos a la Parroquia de San Ildefonso.
Esta singular iglesia, reconocible en su fachada de tonalidades rosa y con dos torres idénticas en altura, se empezó a construir en 1794, tras ser derruida la anterior por un avanzado estado de ruina, y en ella están marcados los rasgos neoclásicos propios de la época. Tiene dos puertas, una hacia la Plaza de San Ildefonso, por donde habitualmente se accede al templo, y la otra en Rodríguez Marín, junto a un gran azulejo del Señor Cautivo. En ella tienen su sede actualmente la hermandad Sacramental, una de las pocas «puras» de la ciudad, y la de la Virgen de los Reyes Patrona de los Sastres.
Es esta devoción del Cautivo muy propia de la Cuaresma. El más conocido es el Cristo de Medinaceli de Madrid, obra atribuida a Juan de Mesa y rescatada por los trinitarios en Mequinez, una ciudad del Norte de África donde los árabes se habían llevado todo el botín de la fortaleza española de La Mamora, donde habría estado el Cristo de Medinaceli. En esta época donde tantos cristianos sufrieron cautiverio se debe entender la proliferación de esta advocación y su vinculación con la orden trinitaria y mercedaria.
Y es precisamente la orden de los trinitarios descalzos de Sevilla, que residía donde actualmente se encuentra la Casa Hermandad del Cristo de Burgos, a escasos metros de San Ildefonso, la que siendo consciente de la creciente devoción a Jesús Cautivo, rinde culto a una imagen anónima del siglo XVII. Una imagen que tras la desamortización de Mendizábal fue a parar a la Iglesia de San Hermenegildo, al pie de la Puerta de Córdoba.
Pero gracias a la labor de la Confraternidad del Escapulario de la Santísima Trinidad residente en la Parroquia de San Ildefonso (y cuya presencia la testifican unos relieves de Martínez Montañés) la imagen de Jesús Cautivo recaló en su actual templo en 1909, ocupando el emplazamiento que hasta poco antes había ocupado el Cristo del Calvario, cofradía que residió durante años en un templo que también ha acogido por diversos avatares y de forma provisional a San Roque, San Esteban y, más recientemente, la Redención.
Así pues desde principios del siglo XX la imagen del Cautivo vive entre los muros de una iglesia que cada viernes de Cuaresma abre sus puertas de par en par para que gentes de toda edad y venidas de todas partes, muchas del Aljarafe, puedan rezar a una imagen que guardan durante el año en una estampa, tal vez en un pequeño escapulario, vestido con su túnica roja, con su característica melena y el lamento de su mirada escrito en el gesto de su boca.
Decir viernes de Cuaresma y viernes de marzo es decir San Ildefonso y su Cautivo. Personas mayores, familias, matrimonios, jóvenes que llegan desde la Alfalfa tras saborear los churros en algún bar que ofrezca aún un poco de sevillanía, cosa harto difícil. Personas que han olido el incienso en la calle Córdoba, han visto algunos capirotes por la Alcaicería y que se preguntan año tras año, qué significará eso de «Cabeza del rey Don Pedro», aunque a muchos de mis paisanos les suene porque por allí cerca tenía su consulta el bueno de Don Ismael Yebra.
Oraciones con agradecimientos y ruegos que quedan depositadas junto a las velas encendidas que forman una auténtica marea de luz que desde la puerta llega hasta el altar de Quinario.  Al otro viernes el besapiés. Y al siguiente, el Vía Crucis en las pequeñas andas. Y así pasa marzo en San Ildefonso y en la memoria de quienes tienen allí, junto al Cautivo, un rincón de su rito devocional.
No se debería de ir nadie de San Ildefonso sin admirar otras imágenes como la Virgen de la Soledad de Juan de Astorga o la Virgen de los Reyes de los Sastres, anónima del siglo XVI, flanqueada por San Hermenegildo y San Fernando. Y por supuesto, nadie debería marcharse sin mirar atentamente la cara de un Cautivo que ya ha visto bajo la cúpula de San Ildefonso muchas generaciones de familias escribiendo la página más íntima de la Cuaresma en Sevilla.