Entre las prosaicas pasiones que se nos arrancan con prodigalidad y las impertérritas manifestaciones de mirada quirúrgica llegamos al Miércoles de Ceniza, un periodo palpitante. En él laten, al compás que los corazones de cada cual permitan, las semanas santas. Y ya en este primer día, en el crepúsculo primero de la semana mayor, se definen las formas de ser.
Los silencios y las algarabías crean una atmósfera prologal de lo que luego será. La foto de algún titular acompañada de una marcha, los cuarenta y descontando. La sentencia del libro del génesis, o el mutismo social reducido a un enclaustramiento desde el espíritu para sí mismo. La Misa. La cruz de ceniza en la frente. Los silencios se conocen porque se sabe de las intenciones de quien calla, si no serían ignorados por desconocimiento. Pero al saber de ellos, contemplamos su existencia. Este es el Miércoles de Ceniza, nuestro pregón inefable para lo que una vez más, y de forma inexorable, vendrá.
Después de esto, y a poco que alcancemos el primer viernes, llegará la abstinencia. Y el bocadillo de chorizo que recompone las consumidas energías de un costalero tras un ensayo exigente. También las croquetas de bacalao, y las confesiones en un confesionario. Y las confesiones en las tascas. Los cultos, y los que aparecen para tal ocasión. Los que mantienen su eucaristía semanal en el domingo. Y los que vuelven de año en año por la parroquia, es decir, de día redondeado a bolígrafo a día marcado de igual manera. Asimismo, habrá quien no haga nada de esto y comience a plantear el viaje a la playa.

Y entretanto, aguardará nuestro padre Jesús, Nuestro Padre Jesús Nazareno, en silencio, como siempre hará. Instrumento fiel al servicio de encarrilar nuestras almas hacia Dios. A la manera de cada cual, yo a mí manera y tú a la tuya, Él hará del mismo modo su cometido. Nos acerquemos o no. Sean nuestras miradas ávidas o moderadas, sean indiferentes o incluso burlescas. Ahí estará él. En silencio. Entre los contrastes de las almas mortales que pululan por calles de grafiti y piedra secular. Que ríe y celebra la muerte.
Algunas de aquellas pasiones desatadas llevarán a sus corazones a este artículo. Otras tantas de las que se muestran sin mostrarse también lo harán, en silencio, por supuesto. Sin aspaviento alguno que desentone en su forma ser. Porque así somos, almas diferentes como poco, antagonistas llegado el caso, pero convergemos en el silencio que el Señor manifiesta en su forma más cercana para con nosotros.