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En detrimento de lo genuino

Al tiempo que iba desentrañando el submundo de las cofradías me di cuenta de algo que podría ser muy pernicioso: comprender la esencia y, mediante la impostura con fines ininteligibles, recrear la atmósfera que naturalmente se funda, delimitándola en su extensión infinita.

Lo catequético, en los conjuntos que procesionan lo hallamos. La mínima inquietud espiritual la suponemos entre el público que los observa y —como consecuencia— se conmueve. Ambas sustancias, al mezclarse dejan una pátina de religiosidad en el hecho —la procesión—. Y así como la catequesis en forma de imágenes y altares que son portados responde a la religión asentada en la región, con todas sus características distintas de las demás y sus posibles variantes geográficas, el público también presenta interesantes particularidades.

Como no es el fin del artículo, no ahondaré en las particularidades del cofrade andaluz, que es a quien evidentemente aludimos, y como entre los rasgos básicos convendremos que se encuentran la espontaneidad y la frescura en la expresión de los sentimientos, tenemos suficiente para despachar este texto. Desde siempre ha existido el grito que emana del vientre y esparce una lágrima en la mejilla. Es la manifestación genuina y elemental de algo, realidad, hondo, esto es, la religiosidad popular. Porque no deja de ser un rezo, que en esencia nada se aleja de aquel que se hace en la capilla. Se está haciendo lo mismo, se llega al mismo punto de acercamiento divino, solo se diferencia el medio: el rezo mudo, en las íntimas paredes del silencio externo; la oración conocida y rezada en voz alta; el hálito imprevisible, un ruego que hiende la niebla y desenrosca la serpiente. Como el otro rezo. El crisol de la religiosidad popular los funde en un mismo sentido último: el asidero de la existencia.

Pero, cuando se conoce esto, se puede pervertir el ambiente. Lo genuino se sustituye por lo ensayado; el acceso fervoroso se troca en actuación dramática —y mal interpretada—. La voz no nace ya del vientre, no sube a la boca con el rumor ardiente de fe, sino que sale de la garganta, hidratada con previsión. El vello erizado que deja una sincera voz encendida se aplasta en la piel con el murmullo de la molestia y el bochorno. En definitiva, la degradación se consuma con la pérdida de lo popular en detrimento de lo ordinario.

¿Por qué se interviene de esta forma, manipulando así lo que con naturalidad se desarrolla? ¿Acaso es, como dicen algunos, un contagio? Pero sobre todo, y lo que en realidad me interesa: ¿qué se pretende? No lo sabemos, ni sé si lo queremos conocer en realidad. Y da igual, lo importante es que deje de ocurrir, y que el mundo cofrade recupere y jamás pierda lo que es: una manifestación riquísima, poliédrica e inescrutable.

Si no te sale, no te lo arranques o no te lo coloques en la boca. El arrebato no te avisa, llega y cuando tomas consciencia ya has sido traspasado por un puñal de esperanza celestial y, muy probablemente, mariana.