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Un hombre bueno

El cardenal Carlos Amigo Vallejo se ha marchado hacia la casa del Padre. Ya debe estar contemplando su rostro. Pero antes de su viaje eterno ha dejado un legado de hechos y de un espíritu que hace que su pérdida sea tan lamentada.

Nació en Valladolid, en un pequeño pueblo más concretamente, Medina de Rioseco, que tal vez le ayudase a forjar su carácter afable y cercano. A Sevilla llegó en 1982, y ya no se fue. Fue nuestro arzobispo hasta 2009, y luego fue emérito. Y en 2003 fue nombrado cardenal.

Como decía, en Sevilla se le quiere por sus hechos: impulsar la donación de órganos y la inclusión de las mujeres como nazarenas, por anotar dos grandes hitos. Coronó canónicamente a grandes devociones de Sevilla y su archidiócesis, con la que siempre mantuvo estrechos lazos, no olvidándose de que la capital es una y que el resto de municipios son también Iglesia.

Supo comprender, a pesar de las barreras que un forastero puede hallar, cómo se comprende aquí la religiosidad. Aprendió qué significa para un cofrade de estos lares qué es la Semana Santa. Algo que a veces resulta difícil aun habiendo nacido por aquí.

Hombre valiente, pastor comprometido, sencillo como buen franciscano. En resumen, San Pedro le abre hoy las puertas a un hombre bueno, que es lo máximo que puede alcanzarse en la Tierra.