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Reivindicación del nazareno

Durante gran parte de la pasada Cuaresma se ha venido observando cómo un determinado sector del mundo cofrade intentaba aportar soluciones al problema de los previsibles crecimientos de los cortejos de distintas jornadas, que apuntaban al colapso de las mismas, centrando el problema en la figura del nazareno. Amparados por la posición que ocupan, no han dudado en alzar la voz y cargar contra los grandes cortejos de hermanos que preceden a los pasos de diversas cofradías.

Resulta increíble que precisamente el problema recaiga en aquel que más sufre, aquel que aguanta estoicamente parones e inclemencias meteorológicas, desde un calor sofocante a una lluvia torrencial, que atraviesa por calles donde la suciedad debería ser analizada por arqueólogos, que vive carreritas de vez en cuando y soporta a una parte del público que se comporta de forma chabacana al paso de la cofradía, hablando a voces y sin pudor de temas que no siempre son agradables de oír.

No, no culpen al hermano que cumple con su deber y su derecho de realizar la Estación de Penitencia, el máximo culto público de una hermandad, acompañando a sus titulares. Y sí, hay algunos penitentes y nazarenos que quizás no saben comportarse durante la estación, pero por cada comportamiento inadecuado de un nazareno hay otros tres del público que ve las cofradías. Por no hablar de las exageraciones a las que tanto nos estamos acostumbrando: gente que casi se cae de los balcones pronunciando vivas que nunca terminan y otros que desde el suelo gritan a la Virgen expresiones de cuyo contenido no quiero acordarme.

De la misma manera, tampoco me vale el argumento aquel de “las imágenes están ahí el resto del año y la mayoría de los que salen de nazarenos no se acuerdan de ellas” porque tampoco creo que lo haga el que se pone de espaldas al Cristo y de frente al banderín de la banda o el que le toca las palmas a un paso de silencio tras una saeta.

Además, ¿cómo se supone que aplicarían esta traumática medida aquellos que la defienden? Es costumbre en Sevilla, y en todo lo que rodea a la Semana Santa, decir lo que hay que hacer -lo que yo quiero que se haga- sin decir cómo hacerlo. “Un año los números pares y otro los impares”. Pero miarma, ¿no nos damos cuenta de que eso es imposible de aplicar? Hay hermanos que se dan de baja, otros que lamentablemente fallecen…y que lleva al que quiere salir de nazareno a tener un número par el año que les toca a los impares y viceversa. No vale esa aportación. “Un año la primera mitad y otro año la segunda”. ¿Y si uno de los años llueve a cuál de las dos mitades condenamos a esperar un bienio para salir?

Queremos introducir clasismo donde siempre ha existido igualdad –la posición en el cortejo por orden de antigüedad no es una desigualdad, es un premio al que todo el mundo puede llegar si mantiene la fidelidad- puesto que no hay que olvidar que todos los hermanos pagan la misma cuota anual y la papeleta de sitio en aquellos casos en los que la segunda está desligada de la primera. Por lo tanto, si todos pagamos lo mismo, todos tenemos la igualdad de ejercer el mencionado derecho y deber de celebrar este culto externo.

Que le digan a los nazarenos del Martes Santo, hay unas cuantas de cofradías de esa jornada con un buen número de ellos, que el año que viene, después de dos pandemia y uno de lluvia, algunos no podrán salir porque se ha establecido el numerus clausus, reivindicado por los mismos que sostienen que para recortar en trámites administrativos y cortes de tráfico por parte de hermandades, cofradías y parroquias a lo largo del año deberían de reducirse ¡las procesiones sacramentales! en la misma Sevilla donde se cortan calles para que desfilen carteros reales que recorren veinte o treinta metros desde la Casa Hermandad a la Parroquia de turno.

Que le hubieran dicho a aquel ilusionado nazareno de San Bernardo que se estrenaba en el tercer tramo de la Virgen del Refugio que no podía ser este año, o a aquel otro que, desde San Gil, alumbró durante doce horas al Señor de la Sentencia, que tenía una túnica colgada desde enero de 2020 esperando su estreno y que mareado por las horas que llevaba de penitencia y en previsión de las otras tantas que quedaban, tuvo que salirse cinco minutos en el Salvador buscando un lugar donde adquirir una botellita de agua, sin poder conseguirlo hasta que en la Alfalfa vio abrirse las puertas de un quiosco como los judíos de Moisés vieron abrirse las aguas del Mar Rojo. Tras ello, regresó a su lugar por el camino más corto y continuó hasta alcanzar el Atrio de la Gloria.

No juguemos con los nazarenos porque estamos jugando con la esencia de la Semana Santa, con aquel que durante siglos la ha mantenido, que retó los difíciles tiempos de la Ilustración, el agitado siglo XIX y la convulsión en la Segunda República, el que también se hizo valiente con la Estrella en 1932 y fue víctima de escenas propias de una película de cine negro en los años 2000, 2009, 2015 y 2017. Al contrario que aquellos a quienes he replicado antes, no puedo decir qué se debe hacer porque no sé cómo hacerlo, pero sí sé dos cosas: la primera que hay quien sí tiene la autoridad, y debe tener el empeño, de buscar soluciones a los colapsos de las jornadas y la segunda, que soy consciente de aquello que no hay que hacer y a quién se debe defender: al nazareno, que es lo mismo que defender a Sevilla y a su Semana Santa.