Blog

De toda la vida…

Me comenta un amigo de las cofradías —de los buenos, por tanto— que gusta demasiado el argumento «de toda la vida». Y creo que tiene razón. O al menos pienso igual, que viene a ser lo mismo.
La ligereza en el uso es directamente proporcional a la facilidad que tiene para ser despojado de fuerza argumentativa. De toda la vida este misterio ha andado así. De toda la vida se ha vestido de esta manera a las imágenes. Pero ¿qué es toda la vida? ¿La que uno vive? ¿Lo que he podido ver con mis ojos? Si tengo cincuenta años y desde siempre tengo ese recuerdo, ¿eso es toda la vida? Y si precisamente se comenzase en los primeros años en que se puede tomar conciencia por parte de quien esgrime tal argumento, ¿qué representan cincuenta años en trayectorias de varias centurias? Nada más que nada, es una cifra ridícula. Es una idea vacua, no tiene peso.

Pero, aun así, ¿qué legitimidad otorga que algo se haga de toda la vida? Porque, por ejemplo, de toda la vida las mujeres no han podido vestir la túnica en las cofradías… Aquí vemos como el argumento no tiene sentido, y una tesis debiera universal, extensible a todo ámbito. Por tanto, emplear el de toda la vida debe tener el mismo carácter en el papel de las mujeres, en el andar de los pasos, en la vestimenta y en otros aspectos para los que también se arguye. Sin embargo, con un ejemplo como el expuesto vemos las carencias que presenta. Y no, no acepto un «es que no es lo mismo una cosa que la otra».

Entonces, ¿qué esconde el de toda la vida? ¿Un miedo al cambio? Esto es natural y comprensible, por supuesto. Somos dados a mantener el statu quo, sobre todo si nos beneficiamos o preferimos evitar las convulsiones. Sin embargo, hay que estar a la altura de cada tiempo y comprender el proceso de evolución. Necesitamos saber dónde estamos y hacia dónde vamos. La negativa a cualquier propuesta conduce al estancamiento y la desconexión. Y las Hermandades son un órgano vivo. De ahí que a veces sea recomendable escuchar a las voces jóvenes, con sus propuestas renovadas y más cercanas, por lógica, a la época que se hiende.

Tampoco se trata de aceptar todo ni de cualquier manera. No es lo que se plantea. Aquí se defiende la libertad, adalid de la pluralidad, reflejo de lo genuinamente popular. En resumidas cuentas: dejemos fluir las tendencias, que la vida es mutable y, por extensión, las cofradías también. En sus Meditaciones, Marco Aurelio asevera que «el mundo no es más que transformación, y la vida, opinión solamente». Y a mí me gusta escuchar a los sabios antiguos. Lo tengo claro: con un tamiz se puede ir dejando entrar lo nuevo que refresque. Y es que cómo sería la Semana Santa si no hubiera evolucionado, y si, en su lugar, el de toda la vida hubiese reinado en cada tiempo.

Comparen y decidan. Miren en su zurrón de recuerdos. O búsquenlo en los libros —que los hay muchos y muy buenos— y verán. Pero desde ya les aseguro que muy distinta de como la conocemos hoy. Grandes innovaciones y rupturas en su momento son aceptadas con normalidad en nuestro presente. Y ni siquiera aceptadas, sino asimiladas como otra parte cualquiera. La Semana Santa de hoy —que pronto será un tiempo pretérito— es distinta de como fue ayer. Incluso mucho. Y la de mañana tiene el deber de verse distinta a la que miraremos en la calle en unos cuantos días. E igual que nuestros días, no será mejor ni peor. Tan solo será. Y ojalá lo siga siendo.