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Cuando las puertas se abren

Creo que todo cofrade anhela el momento en el que las puertas de la iglesia se abren, apareciendo en su centro la Cruz de guía que, al avanzar y situarse en la calle, marca el inicio de la procesión. No en vano, durante estos dos años de Semana Santa sin procesiones una de las imágenes que más se repetían era la de las puertas de las sedes canónicas cerradas en los días de su salida procesional. ¿Quién podrá olvidar aquellas fotografías o grabaciones de la Semana Santa de 2020, en los momentos más duros del confinamiento, en los que las puertas cerradas de los templos se llenaron de flores y velas que los fieles dejaron ante ellas como símbolo de su oración en un momento trágico y también como signo de que no olvidaban que, ese día deberían haber acompañado en procesión a sus imágenes por las calles? Por ello, quizá cuando este año volvamos a escuchar el crujir de las puertas de nuestra iglesia, anunciando de un modo indudable que la procesión va a salir por fin de nuevo a la calle, nos sentiremos profundamente emocionados, al comprobar que la vida se abre paso, como la cruz entre la multitud.

En este sentido, creo que es interesante conocer como este gesto de la apertura de la puerta tenía su importancia en la antigua liturgia de la celebración de la procesión del Domingo de Ramos. En ella, al llegar el sacerdote a la iglesia, se encontraba con las puertas cerradas de la misma. Entonces, se acercaba hasta ellas y llamaba golpeándolas con fuerza con la Cruz (gesto que todavía hoy se conserva en algunas ceremonias jubilares de la Iglesia y también entre los ritos de algunas cofradías). Al punto, las puertas de la Iglesia se abrían, entrando el sacerdote y los fieles procesionalmente en ella, para la celebración de la Eucaristía.

Este sencillo gesto tiene un simbolismo muy profundo, que Benedicto XVI explicó en su homilía del Domingo de Ramos del año 2007. Así, la llamada del sacerdote a la puerta valiéndose de la cruz es una imagen que evoca el mismo misterio de Cristo quien, al morir por amor en la Cruz ha llamado desde este mundo a Dios, para así abrirnos una puerta que nosotros los hombres no podríamos haber jamás abierto con nuestras propias fuerzas. Es impresionante pensar y meditar lo que significa que Jesucristo, el Hijo de Dios, haya llamado a la puerta del Padre desde el lado de los hombres y precisamente con su Cruz la haya abierto, siendo así Él mismo, la puerta. Por ello, como nos recuerda Benedicto XVI, con Jesucristo las puertas del Cielo han quedado abiertas:

Con la cruz, Jesús ha abierto de par en par la puerta de Dios, la puerta entre Dios y los hombres. Ahora ya está abierta. Pero también desde el otro lado, el Señor llama con su cruz: llama a las puertas del mundo, a las puertas de nuestro corazón, que con tanta frecuencia y en tan gran número están cerradas para Dios. Y nos dice más o menos lo siguiente: si las pruebas que Dios te da de su existencia en la creación no logran abrirte a él; si la palabra de la Escritura y el mensaje de la Iglesia te dejan indiferente, entonces mírame a mí, al Dios que sufre por ti, que personalmente padece contigo; mira que sufro por amor a ti y ábrete a mí, tu Señor y tu Dios[1]

Toda esto nos muestra que, en el aparentemente sencillo gesto de abrir las puertas para la salida procesional, juntamente con nuestra emoción y alegría por poder salir a la calle, hay en realidad una profundidad impresionante. Pues, al abrirse las puertas de nuestra iglesia y encontrarnos en su centro a la Cruz que avanza hacia el lugar de lo cotidiano que es la calle, en realidad estamos asistiendo a un recuerdo al misterio de Cristo que ha unido lo humano y lo divino, abriéndonos las Puertas que cerraban nuestro camino hacia el Padre. Por ello, siguiendo esta misma homilía de Benedicto XVI podemos entender que “La procesión es, ante todo, un testimonio gozoso que damos de Jesucristo, en el que se nos ha hecho visible el rostro de Dios y gracias al cual el corazón de Dios se nos ha abierto a todos”[2]. Ojalá que, al escuchar el crujido de nuestras puertas al abrirse, ver la luz que entra a través de ellas, y atravesar su umbral caminando tras la Cruz para salir en procesión, recordemos que es Cristo quien nos ha abierto la puerta, porque Él mismo es la puerta y sintamos que Él está llamando a la puerta de nuestro corazón e impulsándonos a salir a dar testimonio de su resurrección, no sólo en la Estación de Penitencia, sino a lo largo de toda nuestra vida.

[1] Benedicto XVI, Homilía de la celebración del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, 1 de abril de 2007, https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070401_palm-sunday.html

 

[2] Ibid.