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Divina Sanadora

Llegaste a la plaza al mismo tiempo que el crepúsculo. Pero no ibas solo. En cada una de tus manos, aferrados a ellas como receptores de una nueva procesión que iban a descubrir, te acompañaban tus sobrinos, como lo hicieron en otras aventuras de incienso, costal y clarinete antes de que llegaran los tiempos de la zozobra.

Llegaste con cierta agitación, porque te había traicionado el tráfico. Y eso había alimentado el nervio latente por verla. Era tu primer encuentro en la ciudad con aquel armónico mundo arrebatado en el final de un invierno que se alargó demasiado tiempo.

La Virgen viene aún por la calle Amparo…pero cómo viene. Recuerdas que era una de tus citas favoritas del calendario letífico. Intentas desempolvar la maquinaria de tu memoria para acordarte del último encuentro con ella en la calle. Unos años coincidió su salida con unos viajes que te tuvieron fuera. Entonces no pensabas en la vulnerabilidad del ser humano, en que no habría por un tiempo ni viajes ni procesiones, en que el final de un invierno se alarga para congelar la llegada de la primavera.

No tarda la Virgen en llegar a la plaza pero estáis en el otro extremo. Le cuentas a tus sobrinos algunas curiosidades sobre ella, como ese lindo detalle del Adviento en que se retira al Niño de sus manos y se le coloca a la altura del vientre una O simulando el estado de Expectación. Porque esta Divina Enfermera que viene hoy para atender tus inquietudes, para ser punto de arranque en tu retorno deseado en el oasis hispalense, para ser el sueño que abre la puerta a volver a soñar en la Ciudad de Dios, también lleva con ella el nombre de la Esperanza.

La Virgen revira para saludar a las monjas y a los residentes del Convento Hospital del Pozo Santo. Allí, las monjas franciscanas entonan esa dulce plegaria que el santo de Asís dedicó a la Reina de los Ángeles. Al finalizar, una de ellas no puede resistirse y exclama ¡Viva la Divina Enfermera! No se contiene tampoco la plaza que responde entusiasmada y aplaude. El ambiente delata fervor, devoción y ganas de sentir, de vivir, de retirar la escarcha de todo aquello que fue congelado en el largo invierno.

Sabes que la siguiente chicotá será la del encuentro. No sabes qué va a pasar. Es tu primera procesión en Sevilla. Es la primera imagen que ves en las calles de la ciudad desde que en marzo de 2020 el Señor de la Salud de los Gitanos presidiera el Vía Crucis de las hermandades, en un acto con gran afluencia de público que parecía llevar un aviso. Esta chicotá será la que cierre ese vacío, la que quite la escarcha de la ausencia, la que empiece a sanar la herida. Y cuando la Virgen se levanta, suena esa marcha que, gracias a la versión adaptada de Esencia Flamenca, se convirtió en uno de tus himnos del confinamiento, Siempre la Esperanza. 

Porque esta Divina Enfermera que ya busca la Misericordia y la Plaza de Zurbarán es también Esperanza. Celebra su fiesta en el 18 más esperado del año. Y viene acercándose hacia ti, hacia tus sobrinos que no pierden detalle, con los sones de la armonía, del sosiego, de la calma después de la tempestad. Esos sones fueron timón al que aferrarse en los comienzos del invierno y lo seguirán siendo en medio de cualquier tormenta. Porque entre cualquier nube, entre cualquier sombra, puede estar el nombre de la Esperanza. Y que lo traiga la Divina Enfermera.

Pasa ante ti. Tus sobrinos preguntan por más detalles. Respondes con cierta voz entrecortada. Has tenido los ojos vidriosos, y hay un calor en tu interior que en nada tiene que ver con los ardores que desde hace unos días te incordian. ¿Cuánto tiempo sin tener una sensación semejante con las calles de la Ciudad de los Sueños por testigo? Hay Esperanza en tu interior, y alegría por el reencuentro. La Divina Enfermera ha sido una Divina Sanadora que ha quitado la escarcha del cuerpo de un hombre que pide a la Virgen aquello que mejor podemos pedir los cristianos. Y que ha tomado más trascendencia ahora que antes. Salud.