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Epifanías dadoras de vida

El otro día volví a escuchar una marcha. Y no fue cualquier marcha, fue La Marcha, ese himno oficioso de la Semana Santa que Font de Anta parió bajo el nombre de Amarguras. Podrían pensar que no es nada extraordinario, que el hecho de que un cofrade escuche una marcha no lo convierte en acreedor de un espacio para contarlo. Pero si esta acción se produce en el feudo de un cofrade que escucha música a diario y que, aun gustándole la música procesional, lleva meses y meses sin reproducir ninguna pista ya cambia la perspectiva.

Con el brío de las margaritas inundando las dehesas en primavera nació esta pulsión. Latente, agazapado se había mantenido el sentimiento que viene tras esta súbita acción. El deseo de escuchar esta marcha, como una epifanía, abrió la veda para que corriera por los recodos de mi alma esa sustancia sugestiva y chisposa, embriagante y adictiva que a los cofrades nos permite entendernos entre nosotros.

Había querido buscar una marcha, había abierto Youtube y buscado la marcha en cuestión, y le había dado al botón de reproducir. En el proceso me puse los auriculares, para mayor deleite. Pensaba, como ustedes podrían haberlo hecho al principio del texto, que estaba haciendo algo corriente, pero ignoraba cual chiquillo que estaba destapando el tarro de las esencias canoras. Ignoraba, o más bien tenía oxidado, lo que supone ser cofrade.

Por ello, entusiasmado y con los ojos como espejos nítidos me vine a mi diario cofrade. A este confesionario que vengo escribiendo por más de cuatro años en esta casa. Y conté esto que usted está leyendo, el pulso de un corazón que volvió de súbito a latir. Un corazón infartado a la inversa, una resurrección.