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Dios me paga sin monedas de plata

“Que Dios te lo pague”, frase recurrente con la que se agradece a alguien que te ha hecho un favor. También a él —a Dios— le damos las gracias cuando llega una buena noticia u ocurre algo positivo. Haber expresiones con Dios hay, pero tampoco quiero aburrirles mentándolas todas, no he venido hoy a eso. ¡Vaya por Dios!, podrá exclamar alguno después de decir esto. Pero, en suma, lo que queda patente es que tenemos a Dios presente, cada uno a su manera, pues más de uno solo se acuerda de él para maldecir.

En mi caso, esto último, lo de maldecir digo, lo hago con cierta frecuencia, mas él me comprende, conoce bien mi carácter y sabe que tales expresiones en mi boca resultan inocuas. Nuestra relación es nuestra, podría decir que es especial y tal, pero para qué calificarla. De hecho, pocos días atrás le comenté acerca de lo que pienso sobre la gente que no se considera ni si quiera espiritual. No ya que no crea en Dios o en otras divinidades, sino que no vea más allá del opaco mundo tangible. Él no me contestó, me dejó hablar mientras asentía lentamente y relajaba los labios dejando caer una casi imperceptible sonrisa. O esto me lo he inventado yo, bueno ahora no lo sé, qué más da. La cuestión es que le hable sobre mi aversión hacia estos individuos, sin inquina pero sin ambages, tal como lo sentía. Y él me escuchó como siempre.

Lo que venía diciendo, pienso en él casi a diario, le hablo de usted, él me escucha y, sobre todo, me paga. Mas no lo hace en monedas de plata, ni tampoco de forma periódica y rigurosa, me paga cuando le da la gana. O como creo yo, cuando más me hace falta es entonces el momento en que coloca su talonario en mi bolsillo. Así se porta conmigo, y yo, siempre a vueltas con él, se lo agradezco. Pienso que escribir esto, aun a costa de desvelar nuestras intimidades, es agradecérselo, es decir que creo en Dios. Y cuando este me paga no es un “Hoy creo en Dios” de Bécquer —el que llegó tarde al romanticismo y fue el más romántico—, es un “Hoy creo más aún en Dios” lo que experimento.

Puede que por ser así me pague de cuando en cuando; o tal vez me paga a diario y solo me doy cuenta a veces de sus providenciales remuneraciones. Sea como fuere, Dios me paga y con ello soy feliz.