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Pérez Indiano anuncia la de Semana Santa en Jesús de Medinaceli

El cartel centra su simbolismo en la Santísima Trinidad. Origen de la advocación trinitaria del Señor.

Dios Padre representado en el Triángulo cuya promesa que se escribe en triángulo trinitario que frunce su ceño y descansa en esos hombros que pueden con todo la carga del mundo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, no morirá para siempre” (San Juan 11, 25).

Dios Hijo representado en el Señor de Medinaceli, en ese plano que todos los fieles verán este año a causa de esta maldita pandemia. Majestuoso. Regio.

Con ese haz de luz en los labios, conteniendo una palabra de amor para cada persona.

Dios Espíritu Santo en la Paloma de Pentecostés.

El soplo de las manos de Dios que acarician las aguas, ese azul, que siempre siente el fuego que abrasa, la chispa que enciende, las lenguas de un Pentecostés perenne que son llamarada de un Dios, Rocío que no se rinde y quiere candelas de valores en nuestro corazón.

Como dice el mismo Cristo: “He venido a prender fuego a la tierra… ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo!” (San Lucas 12, 49).

Las manos del Señor son verdad y camino de devotos hacia el Padre. Manos que sostienen el orbe, emergiendo de tanto dolor, en un universo creado por Dios y bendecido por el don del Espíritu Santo.

España en pan de oro indicando tierra dorada y bendecida por Dios.

El cartel centra su parte superior en un doble juego de miradas del Señor.

La mirada del Señor, tal como la encuentran sus colas del primer viernes de marzo y de cada final de semana del año. Presidiendo su Iglesia, imponente desde lo alto del presbiterio con una mirada que es altar de fe y promesas.

La otra mirada del Señor en esos Ojos grandes de Pantócrator. Como los que lograban pintar, tras noches de ayuno y vigilia, los pintores de los iconos orientales y los frescos románicos.

El poder de esa mirada y de esas manos atadas con el cíngulo blanco y capuchino de los tres votos (pobreza, castidad y obediencia), salpicado por la sangre de tanto dolor que vemos a diario en los pasillos de los hospitales, en los centros de mayores, en las familias que no pueden verse, en las ilusiones segadas con la guadaña sin templar de la muerte.

Pero habrá un mañana, volverá la alegría y como en los tiempos mesiánicos que promete el profeta Isaías: “El lobo y el cordero pastarán juntos, y el león, como el buey, comerá paja” (65, 25). Sobre las cenizas del corazón herido de los madrileños.

El bien reinará sobre el mal, representado en el diablo tocando la melodía de la muerte.

Calaveras que asoman y tientan, campando a sus anchas y tocando melodías de muerte, en un canto triste al que nos estamos acostumbrando, desgraciadamente.

Tintineo de malas noticias, pena que tiene el atrevimiento de casi rozar sus manos, guiño a la estela de El Bosco.

Todo esto sobre el monte sagrado De Dios, que son la Vida y la Muerte. Que viene del Padre y van al Padre y son don De Dios.

 

Extracto del escrito sobre el Cartel del Sacerdote Antonio Romero Padilla de Sevilla.