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La Música en la Semana Santa

La conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, y más concretamente el Triduo Sacro -Jueves, Viernes y Sábado Santos-, es el centro del año litúrgico cristiano. Este momento tan especial ha estado, desde siempre, envuelto de ciertas peculiaridades.

Históricamente, toda muestra de alegría quedaba prohibida, se erigían grandes monumentos, se cubrían los retablos o se cerraban sus puertas, y el interior de las iglesias se convertía en un espacio oscuro y fúnebre. Enmudecían las campanas, que eran sustituidas por el sonido seco de matracas y carraclas, y en cuanto a la música, también callaban los grandes órganos de las iglesias, reemplazados por instrumentos menos habituales en la iglesia.

El componente melancólico y funesto de esta celebración, plasmado desde los orígenes en textos que narran los acontecimientos de la pasión, ha tenido, a lo largo de los siglos, a la música como mejor aliado para aludir de manera sensible y con un marcado carácter teatral al dolor y al amor de los protagonistas de la historia, y más concretamente de Cristo y de la Virgen, invitando a la compasión, devoción y arrepentimiento de todos los fieles, despertando los sentimientos más viscerales.

Estas características han levantado durante siglos, y todavía en la actualidad, la atención y el interés de músicos y compositores, favoreciendo el desarrollo de gran cantidad de formas musicales y géneros para cada celebración, tanto dentro como fuera de la liturgia: Pasiones, Lamentaciones o Lecciones de Tinieblas, el Miserere, Dolorosos o el Stabat Mater, y un largo etcétera.

Esta música, presente, y tan importante, siempre en el interior de iglesias y catedrales durante la liturgia y demás ceremonias paralitúrgicas, ha sido también un elemento esencial de las procesiones: capillas de música, cantores, pífanos y cajas enlutadas, campanas roncas, y demás instrumentos, han estado presentes a lo largo de la historia en los desfiles procesionales.

La música tiene la capacidad -estemos donde estemos, y más si cabe en tiempos difíciles- de hacernos sentir; como nos hace vibrar el estruendo de los tambores y bombos en Aragón, como nos emocionan las saetas, jotas y marchas de cornetas, y como nos estremecen, plasmadas por los mejores compositores, las últimas palabras de Cristo en la Cruz, o el llanto de la Virgen.

Carlos González Martínez