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El año que me quitaron tres años de vida

Uno ya no mira el almanaque hacia adelante, uno ya no mira los nuevos días como una lucha, solo mira el amanecer como un día más vivo.

Y llegó el cataclismo, llego venido de oriente, arrasando vidas como un temporal destroza el espigón de un puerto. Llegó levantándose sobre las naciones como si fuese un león orgulloso presto a acabar con su presa indefensa.

Los enfermos se multiplicaban por decenas primero, centenas después, millares mas tarde y cientos de miles mas adelante. Los muertos llenaban las morgues, se mandaban a otras ciudades para su incineración. Los familiares no podían despedirse de ellos, ni siquiera sabían donde se los habían llevado, no sabían si los volverían a ver.

Desde todos lados crecía el miedo, el temor, el terror, pánico, histeria.

Nos encerraron en las casas como medida preventiva, cerraron los trabajos, colapsaron la economía y los muertos seguían aumentando.

Y de pronto, el golpe chocó contra las mentes aturdidas por la ola enfermiza que se llevaba vidas sin piedad.

Las iglesias se cerraban, las misas se paraban, las hermandades se bloqueaban. Cultos montados, se quedaban sin fieles y sin misas en los triduos, quinarios, septenarios o novenas. Besamanos que de golpe dejaron de ser besamanos o besapiés ( tocar, besar la representación de Dios o María, su madre) para convertirse en veneraciones. Se pasaba por delante de la imagen y se le hacia un acto de respeto con una simple inclinación de la cabeza. Del roce, del cariño a la frialdad de unos pasos delante de la imagen.

Y el tsunami seguía golpeando sin piedad y seguía devorando muertos. Los números aumentaban inmisericordes, castigando familias y familias, que dejaban un reguero de huérfanos que no podía dejar indiferente a nadie.

Y llego la fecha de la Semana Santa y se comprendió que no podría realizarse las estaciones de penitencia, que no podrían salir hermandades a las calles a hacer protestación pública de fe.

Con la pandemia en su máximo exponente, los cofrades entendimos que era lo mejor, que un año pasaría y que el maldito virus desaparecería y todo volvería a la normalidad. Pero llegó mayo, junio y a la Reina de las marismas la dejó encerrada también.

Llegó el verano y todo parecía que se normalizaba, pero el otoño abrió las puertas de nuevo del infierno y la pesadilla de recrudeció y con el otoño, llegó el invierno y las agrupaciones y consejos de cofradías de las ciudades se reunieron para anunciar lo que todos temíamos. El 2021 tampoco tendría cofradías en las calles.

Hay muchos miles de muertos, centenares de miles y lo que voy a decir puede ser poco ético e incluso habrá quien me tache de inmoral, pero uno ya pinta canas desde hace años y mira el futuro como un reto de cada día a batir y veo que como avanza esta letal enfermedad en el 2022 también nos quedaremos sin cofradías en la calle.

Uno que lo que mas quiere en esta vida es la primavera con su explosión de vida en las calles, la cuaresma con sus templos llenos de personas asistiendo a los cultos de sus hermandades, ver en Semana Santa a los pasos saliendo a las calles a reivindicarnos de que somos “Católicos” y que lo enseñamos con orgullo, para el perdón de la humanidad. Que cuenta los años por Semanas Santas vividas. Está viendo que le han robado tres años de su vida