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Un obrero por la calle Sol

La calle  Sol se yergue imponente. Si ya es estrecha, aun más angosta se hace. Está abarrotada, que es lo que produce esa sensación, y esto  a su vez es producto de una cualidad de la Semana Santa, la capacidad de ensanchar rincones por ínfimos que sean para volver a empequeñecerlos. El ávido cofrade busca estos puntos, alejándose de las destempladas grandes avenidas, infecundas en la tarea de crear atmósferas ideales.

A pesar de ser buscados especialmente estos puntos, siempre se cuela algún polizón, ignorando las peculiaridades del lugar. Se produce entonces en el transcurrir de la cofradía una sensación antitética en quien la presencia: el deseo de abrirse paso —aun a empellones—  y aliviar el agobio de la densa atmósfera frente al anhelo de que nunca termine el momento, o que vuelva a comenzar.

La acera, parca a ambos lados, arrebuja los pies de los sevillanos allí congregados. El adoquinado, suficiente sin más, es territorio de los miembros de la cofradía que desfila sus dos pasos precedidos de diáfanas ondas de incienso. Mucha juventud a ambos lados, tal vez por analogía con la cofradía, o quizá por aquellas ideas tan arraigadas como atávicas sobre las vísperas. En los balcones sí se ve apostada gente de más edad, presumiblemente vecinos de esta zona noble de la urbe.

Y llueve. En ningún momento del año el sevillano mira con más atención, incluso suplicante, al cielo. Mas que nadie se turbe, la lluvia es metafórica, se precipitan pétalos desde terrazas y azoteas, la única tolerada en Semana Santa. Es la mitad del transcurso.

Tras la jubilosa lluvia la calle alcanza el embudo. La acera se convierte más en un zócalo que en un lugar por el que puedan transitar peatones, el final está cerca. El aire fresco para quien lo ansía ya aguarda a pocos metros.  La música, con la acústica que le brinda la calle, no cesa y brinda sonido oponiéndose al preceptivo silencio que ahora se acentúa especialmente por la dificultad de avanzar los pasos por el final de la calle. Puede que sea  el tramo de menor decoro, por la nostalgia súbita de lo que se acaba y por seguir avanzando, con la mente ya dispuesta para otros momentos.

La Hermandad de San José Obrero deja atrás la calle Sol, pasa al recuerdo un momento único de su particular estación de penitencia.