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Sevilla y la Esperanza: la ciudad en espera

Los dones que Dios otorga a la inteligencia y a la voluntad de los hombres con el fin de dirigir sus acciones hacia él mismo, son considerados por la Iglesia Católica como las «Virtudes Teologales». Éstas se establecen en tres: Fe, Esperanza y Caridad. Virtudes que Dios nos entrega al recibir el sacramento del Bautismo y que son citadas a menudo en el Nuevo Testamento, particularmente en la primera Carta de San Pablo a los Corintios.

Artísticamente, dada su importancia, las Virtudes Teologales han sido representadas a lo largo de la historia de manera muy profusa tanto en la pintura como en la escultura a través de alegorías, es decir, mediante conceptos abstractos que se valen de los símbolos para representar esos valores o virtudes.

Desde un punto de vista, meramente, iconográfico, la virtud de la Esperanza, que se representa como una joven vestida de verde sosteniendo un ancla, queda recogida en las advocaciones de cuatro vírgenes dolorosas de Sevilla. A decir, Nuestra Señora de Gracia y Esperanza (Hdad. de San Roque), Nuestra Señora de la Esperanza Macarena, Nuestra Señora de la Esperanza (Hdad. de la Esperanza de Triana), Nuestra Señora de la Esperanza (Hdad. de la Trinidad) y Nuestra Señora de la Esperanza Reina de los Mártires( Hdad. del Juncal).

Formalmente, el ancla no deja de ser un elemento náutico que sirve para fijar la posición de un barco en alta mar sin preocupación de que las corrientes o la fuerza de las olas lo puedan hacer zozobrar. Por lógica transportación, la simbología del áncora o ancla es una alegoría de la esperanza o la salvación, siendo el ancla es símbolo de firmeza, solidez y seguridad en medio de un mar agitado. La utilización del ancla en el Cristianismo se relaciona con la cita bíblica recogida en una de las cartas a los Hebreos, donde se hace alusión a las promesas de Dios en Jesucristo como esperanza de los cristianos, de la siguiente manera: “…asiéndonos a la esperanza propuesta, que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma”.

Conjuntamente con las otras dos virtudes teologales, la Esperanza aparece iconográficamente representada en el llamador del paso de palio de Nuestra Señora de las Mercedes (Hdad. de Santa Genoveva) y en la gloria que preside el techo se palio de Nuestra Señora de la Esperanza Macarena.

Al tiempo, las tres Virtudes Teologales quedan representadas por separado en los varales del paso de palio de María Santísima de la Amargura (Hdad. de la Amargura), en la canastilla del paso de misterio de la Redención (Hermandad del Besos de Judas) y Jesús de la Pasión (Hermandad de Pasión), los respiraderos y tres de los basamentos de los varales del paso de palio de Nuestra Señora de la Palma (Hdad. del Buen Fin), en los basamentos de los varales maestros del palio de Nuestra Señora de la Esperanza de Triana y en los basamentos de los candelabros de cola del palio de Ntra. Sra. de la Trinidad (Hermandad de la Trinidad), entre otros muchos pasos procesionales. Simbólicamente, a Nuestra Señora de la O la consideramos una advocación de la Esperanza – la quinta Esperanza de Sevilla-, remitiendo su advocación a la festividad de la Expectación que la Iglesia Católica celebra cada 18 de diciembre.

Llama por tanto, poderosamente, la atención, que una imagen no advocada como Esperanza, sea considerada así y ello tiene una explicación teológica que conviene detallar. Y es que teológicamente esperar al Señor copa el tema principal del tiempo de Adviento que precede a la gran fiesta de Navidad.

La liturgia de este período está llena de deseos de la venida del Salvador y recoge los sentimientos de expectación. Históricamente, desde el siglo XVII, la Iglesia Católica se vale de la advocación de “La O” para referirse a una Virgen María expectante para el parto o en estado de buena esperanza, a escasos siete días para dar a luz. Así, desde el X Concilio de Toledo en el año 656, a la Festividad Litúrgica de la Esperanza se le llamaba “Festividad de Santa María de la O”4 , pues después de rezar la oración de la tarde o vísperas, el coro sostenía en sus voces una larga “O”, en símbolo de la expectación cristiana por la llegada del Hijo de Dios. Desde ese siglo VII, serán siete antífonas las que se canten durante los siete días de espera al parto en el rezo de las vísperas a la caída de la tarde, llamadas “Antífonas Mayores” o “Antífonas de la O”.5

Formalmente cada antífona se iniciaba con la exclamación “Oh”, a la que seguía un título mesiánico del Antiguo Testamento, siendo las invocaciones las que siguen: O Sapientia (Sabiduría), O Adonai (Señor poderoso), O Radix (raíz – padre de David), O Clavis (Llave de David que abre y cierra), O Oriens (Oriente, sol y luz), O Rex (Cristo Rey), O Enmanuel (Dios con nosotros).

El sentido simbólico es la insistencia de quienes rezan o cantan esos rezos de víspera mediante el “Oh” en la espera y el asombro por la llegada inminente del Salvador del mundo. Desde un punto de vista más iconográfico, la redondez propia de las embarazadas hizo que los artistas llamaran a la Virgen en espera del parto como Virgen de la O, lo que queda replicado en Sevilla en la imagen de la Divina Enfermera.

Finalmente, la advocación relacionada con el parto de la Santísima Virgen queda reflejadas en las advocaciones de gloria de Nuestra Señora de la Esperanza de Santiago, Nuestra Señora de la Esperanza de San Buenaventura, Nuestra Señora de la Esperanza de San Clemente, Nuestra Señora de la Esperanza de Santa Clara, Nuestra Señora de la Esperanza del Pozo Santo, la Virgen de la Esperanza y Alegría (Barriada de las Naciones) y Nuestra Señora del Buen Alumbramiento de la Parroquia de San Benito Abad.

 

Pablo Borrallo
Doctor en Historia