Blog

Soleá, no me sueltes la mano

Aún recuerdo cómo el sol rabiaba por alumbrar tu cara y el mar de gente que te acompañaba ridiculizaba el caudal de un Guadalquivir azul que se sacudía el cuajo de un espejismo abrileño. Bajaste del puente y Sevilla entera te estaba esperando en una tarde que estrenaba noviembre y renovaba esperanzas.

Antes de seguir recordándote, convendría aclararle al lector que este firmante lleva ADN macareno. Y que en mi condición de Hijo de la Esperanza siempre me he acercado a otras hermandades y devociones con respeto y con deseo de seguir el camino de la Fraternidad y la Fe alejado de fanatismos y talibanismos que nunca me han representado. El Homus Cofrade debe estar por encima de eso.

Aclarado esto, sigamos recordando aquella tarde en que viste mis ojos vidriosos, como haciendo esfuerzo por no romper sus cristales. La ávida bulla nos distanciaba un poco, pero no nos importó. Era suficiente para ajustar las cuentas: las de una promesa de la que fuiste cómplice.

¿Recuerdas aquel Año Nuevo de 2018, cuando te llamé en la distancia, solicité tu atención y busqué nuestro entendimiento? Yo salía de 2017 algo cansado. Demasiados años en la primera línea. Necesitaba una pausa para redescubrir nuestro tiempo, el del azahar en los naranjos y los pulsos disparados por la cuenta atrás de una nueva primavera. Necesitaba volver a sentir esos pellizcos que habían desaparecido por las rutinas, el desencanto, el desapego.

Decidí que aquella primavera era mejor tomar otro camino. Y busqué otra Semana Santa, tan distinta y tan igual como aquella de la que tú y yo formamos parte. Busqué una Semana Santa más espiritual, reflexiva. Renuncié a ver al Señor caminando con su Gran Poder, a escuchar los sones del órgano de la Magdalena cuando la noche marca la aguja de su ecuador en la cruz del Calvario. Renuncié a ser partícipe de la Sentencia más injusta y a soñar con el movimiento de las esmeraldas más celestiales. Con aquel propósito de Año Nuevo dejaba atrás muchas emociones buscando precisamente reforzar el amor por ellas. Pero me guardaba un as bajo la manga. Una carta con el nombre de la Esperanza de Triana.

¿Recuerdas nuestra conversación? Todos conocíamos que en otoño volverías a inundar de luz las calles de una ciudad que siempre goza con la Esperanza en la calle. Te pedí que me ayudases a llevar a cabo ese cometido. A cambio, con tu permiso podría obtener la posibilidad de soñar con una nueva primavera de renovadas emociones acompañándote en tu Procesión Extraordinaria. Te pedí, como aquella saeta que se hizo centenaria banda sonora, que fueras la Soleá que me diera la mano en mi camino de retiro, en la reja de una cárcel que yo mismo me había construido, con dolor, pero consciente de que era necesario. Por mí y por nuestro tiempo.

Cuando llegó, me costó. Estuve a escasos pensamientos de dejar las maletas fuera del coche la mañana del Jueves Santo. Pero tú me llevaste de la mano a cumplir mi promesa. En mi nuevo destino, celebré y alabé la Pasión, Muerte y Resurrección del Salvador. Regresé feliz, exhausto y con el sueño de volver para, ahora sí, quererla más.

No puedo olvidar esa tarde de noviembre en la que dos silenciosos lagrimones de agradecimiento escaparon de mis pupilas. Sentí la primavera recuperada en mi corazón. Cerré los ojos y ante mí pasaron todas aquellas emociones que buscaba renovar. Los abrí de nuevo y aún seguías allí. La avenida Reyes Católicos no sólo estaba desbordada por la bulla incontrolable, estaba también repleta por la felicidad incontable de una dicha que ahora se medía con la sonrisa cómplice de mis labios. Sé que aquella tarde atendiste a todos, pero también sentí que te dirigiste a mí para apretar esa mano que aún no me habías soltado como muestra de una promesa cumplida.

De aquellas emociones que empezaron en lágrimas y culminaron en sonrisas han pasado dos años. Muy lejos parece aquella marea humana de Fe con tanto vacío actual. Esta mañana desperté horriblemente mal de esas dolencias en forma de migrañas que me atormentan con saña indiscriminada y debilitan mis fuerzas. Ese tambor agresivo que martillea la cabeza hasta dejarme con la sensación de un ser desvalido e indefenso. El día no auguraba nada bueno hasta que tú, “por casualidad” apareciste en la pantalla de la tele en un elegante primer plano de tu bello rostro atravesando la noche sevillana con las melodías que llevan tu nombre.

En ese momento, sentí la inefable fuerza de tus ojos traspasándome. Volví a llorar. Una vez te busqué y apareciste, pero hoy has llegado sin ser llamada, como si nunca hubieras soltado la mano con la que firmamos un pacto hace casi tres navidades. Si es así, Esperanza de Triana, te pido que no lo hagas, que no me sueltes la mano. Porque así será más fácil de recorrer el camino que queda para sentir una nueva primavera.