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Otoño dormido

“La Virgen de la Esperanza, entre Rosario y Sentencia…”. La letra del himno macareno reúne en una sola estrofa a las tres devociones de la hermandad de la Madrugá, que este año cumple 425 desde que fuera fundada por los monjes basilios que buscaban llevar a los más necesitados el nombre de la Esperanza.

Desde que la pandemia llegó a nuestras vidas, hay días que duelen en el corazón. Mañanas de gargantas contenidas, tardes de entrañas anudadas sintiendo el inmisericorde aguijón del recuerdo, noches de lágrimas silenciosas y templadas por la noción de una realidad intensa y agotadora, tan feroz en el ataque a la vida del ser humano como a las tradiciones y costumbres en las que éste se vertebra.

Con la llegada de la Covid19 nada ha vuelto a ser igual. Se han detenido los rituales de siempre, se han dispersado los encuentros en la calle de la complicidad, en la plaza de la conversación y en el bar de la tertulia. Se han postergado sine die muchas ilusiones. Y hasta los sueños han quedado detenidos, inmóviles ante la frialdad de una enfermedad dispuesta a barrer todo lo que suene, como los sueños, a vida.

Hoy, fecha en la que se celebraba la procesión de Nuestra Señora del Santo Rosario, faltarán aquellos sueños del estreno de la luz del cambio horario, cuando a las seis de la tarde el cielo trae ya un azul distinto a la Macarena, como si el otoño hubiera esperado a derramar su encanto sobre la efigie majestuosa de la Virgen del Niño dormido, los que por su dulzura atraen por igual la atención de niños y mayores, hermanos y devotos, sevillanos y forasteros.

Pero esta es una tarde que duele en el alma, tarde de tonalidad gris, color certero para reflejar el ánimo de un país que vuelve a enfrentar un reto sin aparente final. Pero también refleja el vacío de la ausencia en el interior de los que hemos dejado atrás muchos sueños, aquellos que eran acogidos en los brazos de la Virgen del Rosario junto al Niño dormido, reflejo de todos esos pequeños macarenos que llevan con honra grabados en el corazón los nombres de sus devociones y así lo repiten “La Virgen de la Esperanza, entre Rosario y Sentencia…”

Hoy no se cumplirán los sueños al sentir la brisa otoñal en el paseo triunfal de una imagen cuya procesión no necesita de muchas innovaciones para ser multitudinaria. Hoy no podrá volver a sus calles aquel monaguillo que se estrenó el pasado año cargado de ilusiones, empapado de una bulla engullente, pero saboreando el añejo recorrido por Relator, Parras y San Gil, buscando siempre la mirada del Niño de la Virgen, como si él fuera a recoger y velar sus sueños, sueños que miraban en el horizonte a la Madrugá.

La tarde de hoy duele porque no se puede sentir esa melancolía que abre el final de las Glorias, del que toman relevo San Vicente y Santa Catalina y agotan el Amparo y Todos los Santos, cuando el reflexivo noviembre se echa encima e invita a encender la llama del recuerdo de nuestros seres queridos. Esa melancolía que, cuando la Virgen y el Niño regresan al Atrio, se entremezcla en un inefable híbrido con la Alegría de la Esperanza. El Niño de la Virgen del Rosario porta otro de los grandes sueños macarenos: cuando él pasa, más cerca está el día de la Madre, el bendito 18 de Diciembre donde los sueños siempre han encontrado cauce por donde navegar en la mirada de la Madre de Dios.

Con tantos sueños postergados, y algunos truncados, con España iniciando de nuevo un Vía+Crucis hacia el Gólgota del Estado de Alarma, sin haber pasado más que por una Falsa Resurrección en el espejismo estival, es normal que la tarde duela como lo hace siempre una ausencia. Hasta el mismo cielo, que no verá hoy pasearse al niño más macareno de todos, ni a la dulce Virgen del Rosario, ha decidido no regalarle a la tarde el cielo azul de otoño. Un otoño dormido, que parece haber dejado sus sueños en el mismo sitio que todos los macarenos, en los brazos de la Virgen del Rosario, junto al niño dormido que, a pesar de todo, asumirá la Sentencia de la Salvación para repartir entre nosotros el mejor sueño de todos, el de la Esperanza.