Blog

Lastrucci: El artista revolucionario

“Se trataba de tomar del modelo vivo lo esencialmente humano y luego divinizar la expresión”. Todo estudio, análisis y apunte queda relegado a un plano secundario cuando se rescatan las palabras de los autores, siempre sintetizadoras y claves. Así definía Antonio Castillo Lastrucci la base artística de su estilo, tan prolífico en Andalucía y España y tan renombrado pasado medio siglo. Se cumplen 50 años del fallecimiento del imaginero (1882-1967) y su obra permanece vivísima y latente, si es que alguna vez dejó de serlo.


Su tocayo Antonio Susillo, que poseía un taller justo enfrente de su hogar, sembró en el joven Lastrucci la semilla del tallado, del relieve, del busto y la figura, de la arcilla y la terracota… el maestro apreció al instante las cualidades del alumno y no dudó en desarrollar y potenciar sus prematuras dotes para la imaginería, si bien Castillo mantenía firme sus aspiraciones taurinas. Susillo inoculó en su aprendiz la preferencia por el modelado y las esculturas de temática civil, aspecto fundamental para que Lastrucci se dedicara en cuerpo y alma a la profesión que ejercería durante toda su vida.

Tras pasar por varias academias y levantar talleres propios, en 1922 recibe el encargo que lo catapultaría a la fama y a la posteridad. La Hermandad de la Bofetá requerirá de sus servicios y Antonio, con cuarenta años, realiza el misterio que hoy día sigue procesionando de la iglesia de San Lorenzo, una vez reorganizada la hermandad en San Román. El impacto es inmediato y trascendental: la disposición de las imágenes y la teatralidad de la escena crearon una nueva concepción de la imaginería religiosa sevillana.


El pueblo lo recibió con entusiasmo y los principios artísticos (imágenes hieráticas y conectadas formando un todo complejo a través de gestos y rostros, la asimilación con rasgos cotidianos y humanos…) acallaron todos los preceptos anteriores y rompieron cánones establecidos. Hoy día quizás se antoja complicado comprender la generación de aquel primer misterio, pero la universalidad que alcanzó y las puertas que se le abrieron valieron toda una vida de trabajo.


Así ocurrió también con las Vírgenes dolorosas, “castizas”, como popularmente se les ha bautizado. Simplemente, son reproducciones de la belleza de aquel presente, imprimiéndole un carácter divino pero que jamás perdió su rasgo de cotidianeidad y semejanza con las mujeres andaluzas. Y como la predilección es inevitable, Lastrucci siempre quedó enamorado de la Virgen del Dulce Nombre, pues casi con toda probabilidad le recordaba a una mujer tremendamente especial para él como era Mariquita Cos.

También trabajó el Cristo Crucificado, si bien su ideal quedaba fijado en el Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de la Hiniesta. Jamás se apartó de la estética barroca, pero optó por estilizar de alguna manera aquella anatomía: serenidad, calma, dulzura y bondad.

En un artículo para El Correo de Andalucía, firmado por José León, registra a Lastrucci como una persona “seria, amable, decente, dinámica y muy trabajadora”. Desde su taller en la calle San Vicente, donde murió hace ya 50 años, han salido infinidad de imágenes no sólo para Sevilla (misterio de San Gonzalo, Jesús de la Presentación al Pueblo de San Benito, Soberano Poder de los Panaderos, Redención, Virgen de la O y de la Hiniesta), sino también para la capital y para toda la geografía andaluza y española, pues cuenta con imágenes en Ciudad Real, Badajoz o Madrid.


Sea como fuere, e independientemente del gusto artístico personal e intransferible, Castillo Lastrucci al igual que Rodríguez Ojeda, cada uno en su ámbito, revolucionó la concepción iconográfica de la Semana Santa de Sevilla.