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La palabra y la imagen

Una imagen vale más que mil palabras. Eso dicen. Pero para llevar la contraria, y porque así lo siento, siempre digo que me encuentro en el constante intento de hacer que mil palabras valgan más que una imagen. Y no se si lo consigo o no, probablemente me quede lejos del fin que pretendo alcanzar, pero al menos intento plantarle batalla a la simplicidad de la realidad que ofrece una imagen. Que no digo que no tenga valor ni muchísimo menos, que una imagen dice muchísimo –la expresión que encabeza el texto existe por algo- pero la palabra sí que es más rica. Pero hay que querer leerla, y puedo aseverar que leyéndola se puede ver.

Entiendo entonces –no soy tan ingenuo como pueda parecer- que esta afirmación tan romántica que llevo conmigo, a veces es consuelo, sin embargo otras veces es la expresión más certera que existe. Y ahora estamos en el segundo caso, ¿por qué?, pues porque estamos sin poder ver pasos en la calle, pero sí con la ineludible ocasión de leer la tinta que alguien derrama para plasmar sus sentimientos, y así sentirnos identificados, ganando entonces la palabra a la imagen. Admito que la ocasión no es ineludible, que ojalá lo fuera, pero sí que es maravillosa.

Me llama a la puerta del seso un paralelismo a cuenta de lo que estoy contando. Un paralelismo entre la imagen y la palabra y un pasaje bíblico: cuando Tomás puso el dedo en las llagas del Señor. Ese pasaje nos quiere enseñar que se puede tener fe sin necesidad de ver, de tocar, y eso hacen las palabras. Porque unas líneas más arriba he dicho que la palabra es más rica que la imagen, y ahora explico el porqué. La imagen muestra la verdad del que hace el disparo y la palabra la del que escribe, hasta ahí llegamos todos. Mas la diferencia radica en que cuando un tercero lee la verdad del que escribe, dibuja una fotografía propia en base a lo que le mueva en el alma esas palabras. Por tanto, el resultado es que la palabra ofrece múltiples imágenes, con sus respectivas verdades, tantas como lectores se sumerjan en el texto.

Y así si yo le hablo de San José Obrero, de la Amargura, del Museo, de San Benito, del Cristo de Burgos, de Montesión, de los Gitanos, de la Carretería, de la Soledad, de la Resurrección, o de cualquier otra, o de todas, saldrá mi verdad y mi fotografía y las verdades y las fotografías de cuantos me lean. Una imagen nos da una verdad, con todo lo que conlleva eso, pero una palabra nos da imágenes y verdades. ¿Vale entonces más mil palabras que una imagen?