La necesaria Resurrección
Esta crónica tendría que haber sido la de un Domingo de Resurrección que cerrara una Semana Santa jubilosa, radiante y probablemente, aunque nunca lo sepamos, plena de cofradías en la calle, que contara cómo el bullicio de los más jartibles se arremolinaba en torno a la imagen del Resucitado para dar juntos la última chicotá de la Semana Mayor.
Esta crónica os podría haber contado cómo la Virgen de la Aurora estrenaba nuevas galas con el magnífico palio del taller de Paleteiro, cómo las Hermanas de la Cruz hubieran proclamado la buena nueva con sus cánticos o cómo el corazón hubiese encogido con el pellizco de la emoción al escuchar tras la imagen de Buiza los mismos tambores que siete días atrás, tan solo siete días aunque parezca una edad entera, resonaran en Molviedro.
Pero usted, querido y fiel lector, sabe que las calles siguen vacías, que los lugares públicos permanecen cerrados y que mañana, pasado y al otro seguirá resonando sobre nosotros el distanciamiento y el confinamiento, como el domingo pasado, y los anteriores. Pero hay una diferencia anunciada en los repiques de las campanas que volaban hoy sobre el cielo de la Ciudad de los Sueños. El Salvador al que hemos visto sufrir la traición y el escarnio, cargar con la misma Cruz en la que después recibiría a la muerte, ha resucitado para mayor Gloria de Sevilla, que hoy debe de escribir la Crónica de la Fe y la Esperanza.
La ciudad no ha tenido cofradías en sus calles, pero en los hospitales, residencias y casas se ha vivido la Pasión…y la Muerte. Por eso, este año urgía ver la Luz de la Resurrección, pues esa Luz es la del Amor de quien ha regresado para seguir este camino junto a nosotros. Jesucristo ha resucitado, Aleluya, Aleluya.