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Hay motivos para llorar

Esta mañana soleada todos nos hemos despertado sabiendo que hoy, pese a que no lo parezca, es Domingo de Ramos. Hemos vencido nuestra pereza y nos hemos vestido de Domingo, estrenando algo, porque un día como hoy no se puede estar en ropa de andar por casa. Hemos cogido nuestra palma de papel o cartulina, o ese ramo de un tiesto de la casa, o del año pasado, y nos hemos sentado junto a la televisión para que el Papa Francisco, desde Roma nos lo bendijera. Después, todos hemos vivido con una intensidad inusitada la celebración de la Eucaristía, llenando con nuestra presencia el vacío y el silencio de la Basílica Vaticana. Al escuchar el relato de la Pasión y Muerte del Salvador, nos hemos acordado de todos los que hoy se asocian a su sufrimiento y a su entierro apresurado, y le hemos pedido a Dios que acoja a nuestros amigos y familiares que han partido estos días hacia su encuentro. Cuando ha terminado la Eucaristía hemos mirado por la ventana, y al ver el sol radiante hemos pensado “¡ya está!”. Porque, acabada la celebración no podemos hacer más que esperar a la retransmisión de las procesiones de otros años, o al momento en el que comiencen las Estaciones de Penitencia virtuales de muchas de nuestras hermandades y cofradías.

Y es que hoy es un día triste, presagio de lo que será toda la Semana Santa. Lo es para todo el mundo, pero quizá los cofrades hoy sentimos con más fuerza esa espada punzante del dolor que nos hace incluso derramar lágrimas, porque el momento que esperamos durante todo el año, va a tener que celebrarse de una manera diferente, sin duda más profunda e intensa, pero a la vez más triste. Pero ante este panorama, algunos sentimos vergüenza de llorar por algo así. Pensamos “¿Cómo voy a llorar por estar en casa un Domingo de Ramos, o por no poder salir en procesión, cuando hay gente que ha perdido a sus seres queridos?”. De hecho, no faltan los que, aprovechando esa tentación de juzgar los sentimientos de los demás, nos acusan a los cofrades de superficiales por sentirnos tristes y no poder reprimir lágrimas al ver nuestras calles vacías de palmas, túnicas y capirotes.

Pero hay motivos para llorar. En primer lugar, porque nadie es dueño de sus sentimientos, sino de lo que hace con ellos. Por ello, no podemos contener ni detener la tristeza que nos invade ¡qué más quisiéramos!, ni creo que debamos ahorrarnos las lágrimas. Eso sí, lo que podemos y debemos hacer es intentar evitar que la tristeza nos invada por completo y nos encierre en nosotros mismos, impidiéndonos ver todo el dolor que hay en el mundo.

En segundo lugar, porque nuestras lágrimas son solidarias con las de todos aquellos que han perdido algún ser querido estos días o tienen a alguien enfermo en el hospital. De hecho, muchos de nosotros hemos perdido también a gente cercana, y lloramos porque sabemos que no nos acompañarán físicamente más Semanas Santas.

Y, en tercer lugar, porque Cristo también lloró en estos días la muerte de su amigo Lázaro, el rechazo de Jerusalén, la agonía en Getsemaní y los dolores de su Pasión. Nuestras lágrimas de hoy se unen así a las suyas, mientras le escuchamos decir “no lloréis por mí, llorad por vosotros y por vuestros hijos”. Que en lenguaje cofrade vendría a decir “no lloréis por no poder acompañarme por las calles, porque yo os voy a acompañar a vosotros en vuestras casas. Llorad más bien por todos los que están enfermos y mueren, y por sus familiares, uniendo vuestra tristeza a la suya para así llevarles consuelo”.

En definitiva, este Domingo de Ramos es un día para llorar. Porque nuestro llanto cofrade desde casa es una plegaria que se une al dolor de nuestro mundo, y así se hace solidario con él. Pero, también es un día para ser fuertes y avanzar. Puesto que no podemos dejar que la tristeza y la añoranza nos paralicen y nos impidan ver más allá de nuestro ombligo, o no nos dejen celebrar los misterios que abrimos con la Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén. El coronavirus nos ha robado la presencia de muchos seres queridos, y también el poder salir a la calle y hacer nuestra Estación en Penitencia. Pero, lo que no podrá arrebatarnos es el misterio de nuestra fe, que vamos a celebrar desde casa en estos días.