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El simbolismo del misterio de la Resurrección

Las lágrimas derramadas por la Virgen desde el Domingo de Ramos hasta el Sábado Santo desaparecen por completo al encenderse el Cirio Pascual.

La Virgen de la Hermandad de la Resurrección porta en sus manos una Rosa unida al Domingo Laetare, que siendo símbolo del florecimiento del plan de Dios, anuncia con su júbilo una nueva Aurora en nuestras vidas. Un nuevo amanecer que nos trae la victoria de la luz sobre la oscuridad, de la vida sobre la muerte.

El Cirio Pascual hace cumplir la profecía del Santo Simeón cuando dice a la la Virgen: “este niño está puesto para ser luz del mundo, para alumbrar a las naciones”. Ese cirio abre caminos de luz entre las tinieblas del mundo y nos recuerda las propias palabras de Jesús: “Yo soy la luz del mundo, nadie va al Padre, sino por mi”.

Y no nos puede pasar desapercibido el Ángel Anunciador que se dirige a las mujeres diciendo “No busquéis entre los muertos al que vive, no está aquí, ha resucitado”. Los ángeles que vemos a menudo poblar pasos procesionales o enseres diversos en nuestras hermandades y cofradías se antojan fundamentales.

Son los auténticos MENSAJEROS DEL EVANGELIO. Han estado siempre presente en la historia de la Cristiandad: en la Encarnación, en la Anunciación a los Pastores, en el Huerto de Getsemaní y finalmente en el sepulcro para anunciarnos siempre la Buena Noticia de la Salvación.

Finalmente la Sábana Santa y el sudario nos remiten a San Juan, a la tradición judía y a la Parusía o segunda venida glorosa del Señor. Pero esa es otra historia sobre el final de los tiempos que por su dimensión merece ser contada detenidamente en otro momento.