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Crónica de un Martes Santo soñado

Me gustaría poder escribir lo acontecido en esta bendita ciudad de Sevilla tras horas de magnas procesiones por sus calles. Me gustaría poder empezar hablando de los vecinos del Cerro y acabar con los «jartibles» de la Plaza de San Lorenzo. Pero el maldito bicho nos ha privado de la fiesta mayor de la religiosidad popular, siendo esto una nimiedad comparado con las miles de muertes que está produciendo. En estas líneas relataré lo que sería el Martes Santo soñado, aquel en el que las cofradías colapsarían la urbe y el olor a incienso fuese el que primara sobre el del azahar.

Comenzamos a media mañana en un barrio alejado del centro histórico, el Cerro del Águila. Una lejanía que durante unas horas pasa a ser cercanía de todo un barrio en el rostro de la Virgen de los Dolores, que llora desconsolada por ver a su hijo cargando con la cruz ante la que Longinos afirmara que «verdaderamente, este era el Hijo de Dios».

Del Cerro nos vamos a la Puerta de Carmona. Allí se producirá uno de los milagros que ocurren una vez al año: la salida de los pasos de la Hermandad de San Esteban por la puntiaguda puerta ojival. Muchos son los niños que visten ropajes azules y color crema antecediendo al Señor de la Ventana, Salud que ahora más que nunca pedimos, y a la Madre de los Desamparados.

Desde las cercanías de la Alfalfa comienza a salir la casi centenaria Candelaria en una abarrotada plaza que nos vuelve a hablar de Salud. De nuevo nos encontramos con una salida muy complicada en la que se obra el milagro. Mientras escribo este párrafo es inevitable que se me vengan a la cabeza los compases de la marcha «Candelaria» de Manuel Marvizón.

De la Calzá viene una de las cofradías más populosas de la jornada: San Benito. El paso de misterio arranca aplausos del público en cada chicotá, pues es Dios mismo quien es presentado ante el pueblo como su rey, mostrando la sangre que emana de sus heridas unos metros más atrás. Apenas algo menos de cuatro meses después de haber ido a la Catedral, la Virgen de la Encarnación vuelve al mayor templo de la ciudad como Madre de la familia hispalense, esa familia que hoy está más unida y a la vez separada que nunca debido al confinamiento de obligado cumplimiento para poder volver a cofradías por las calles.

De mi facultad viene la Hermandad de los Estudiantes con un Cristo que manifiesta su Buena Muerte en su IV centenario. ¡Cuántas plegarias habrá recibido el Cristo de la Buena Muerte antes de haber salido a las calles! Tras numerosos penitentes podemos contemplar a la Virgen de la Angustia cobijada en su soberbio paso de palio, uno de los tesoros que guardan con mimo las hermandades de Sevilla. Angustia, ese sentimiento que hoy más que nunca inunda los corazones de Jesús, quien pronto será acogido por la Madre como sus pies, y de Fran, quien iluminará su camino vistiendo el negro ruán.

De Omnium Sanctorum sale los Javieres entre un silencio sepulcral. El andar pausado y racheado del Cristo de las Almas nos permite rezarle con mayor detenimiento mientras pasa por delante. La Virgen de Gracia y Amparo le da la mano al apóstol amado bajo su palio, siendo de los últimos años que podamos verla cobijada por las mismas bambalinas y la misma gloria.

La Hermandad de Santa Cruz discurre por el que quizás sea el recorrido más bello de los que tienen las cofradías. Su tránsito por la Alcazaba y por la Plaza de la Alianza debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad. El Cristo de las Misericordias le reza al Padre mientras que la Antigua Madre llora por su hijo. Tras de sí, María en sus Dolores es acompañada por Tejera interpretando de forma magistral un repertorio que nos invita a la contemplación de la Pasión, Muerte y Resurrección del Salvador.

El Martes Santo lo acabamos de madrugada en la Plaza de San Lorenzo. La Hermandad del Dulce Nombre nos ofrece una recogida que estimula todos los sentidos cuando el cuerpo ya está cansado. Jesús, abofeteado, se muestra sereno mientras mira al pueblo que le sigue. El choque de las bambalinas con los varales del paso de palio de la Virgen del Dulce Nombre resuena en toda la plaza mientras la Oliva interpreta las últimas marchas de este día. Entra la Virgen y suena la Marcha Real, finalizando así un esplendoroso Martes Santo que se quedará en nuestros sueños por ahora y que, si Dios quiere, viviremos el próximo año.