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Crónica de los recuerdos del Lunes Santo

Llegó el Lunes Santo, otro día lleno de tristeza y melancolía por lo que nos hemos perdido. Se me vienen a la mente muchos recuerdos vividos durante años, que al recordarlos producen en mi persona situaciones contradictorias. Por una parte, aumentan mi tristeza y frustración ante una situación descontrolada, ante una situación que escapa de nuestras manos. Por otra parte, aumentan mis ganas de que llegue un nuevo año en el que se retome la normalidad y en el que todos estos acontecimientos sean un triste recuerdo en la memoria cofrade y en la memoria en general, puesto que no sólo las cofradías se están viendo afectadas, sino todas las áreas de la sociedad, lo que nos está haciendo vivir uno de los momentos más duros de nuestra corta vida.

En este día, cada uno tendrá sus propios recuerdos, sus tradiciones familiares, su manera de vivir la jornada, en definitiva, dependiendo de sus gustos, de su tiempo, de sus circunstancias. Por este motivo, voy a transmitiros mi visión particular de este día de la Semana Santa a través de las vivencias que mi memoria ha ido acumulando año tras año, cada uno de ellos marcado por circunstancias diferentes, pero ninguna de éstas como las terribles que vivimos en estos momentos.

Como cada día de la Semana Santa, me habría despertado y lo primero que hubiese hecho es levantar la persiana y asomar la cabeza al exterior para intentar vaticinar en base al cielo, qué tiempo haría. No obstante, no conformándome con lo que ven mis ojos, consultaría los partes meteorológicos para conocer con exactitud los pronósticos del día.

Comenzaría la jornada en el Polígono de San Pablo. Nos perdemos a una hermandad joven, de barrio, pero muy trabajadora, que poco a poco va consiguiendo aumentar su patrimonio tanto material como humano. Nos perdemos a las dos devociones del barrio, el Señor Cautivo y Rescatado y la Virgen del Rosario. Nos perdemos el esfuerzo que realiza el barrio acompañando a su hermandad, recorriendo grandes avenidas y un buen número de kilómetros hasta llegar al centro, a los que hay que sumar la vuelta a su sede canónica, la Parroquia de San Ignacio de Loyola. Pero está claro que querer es poder, y que, en este caso, el cansancio se ve recompensado.

Después, ya en centro iría en busca de la cofradía de la Redención, que tan buenos recuerdos de infancia me trae. En condiciones normales, veríamos al misterio que tallara Castillo Lastrucci, con el esplendoroso Señor de la Redención, ataviado de blanco y con las manos abiertas, tras ser besado por Judas. Después de Él, observaríamos a la bella Virgen del Rocío, con su original palio verde de terciopelo y malla. Llama la atención la luz que se cuela por la malla del techo, en cuyo centro encontramos a una representación del Espíritu Santo, y que realza aún más la belleza de la Dolorosa, la cuál portaría su singular manto bordado en oro y sedas. Recuerdo acompañarla bajo el sol abrasador del medio día por una calle imagen llena de ambiente familiar.

Tras esta hermandad, llegaría el turno de otra cofradía de barrio, de otro Cautivo, en este caso de Santa Genoveva. Seguramente buscaría a la comitiva por las calles del Arenal. Allí, tras pasar el Señor, nos llamaría la atención el grupo de mujeres que cada año lo acompaña todo el recorrido. Tras él, pondría sus sones por segundo año consecutivo la A.M. de la Pasión de Linares, que tanto ha sorprendido en la ciudad. Llegaría el turno de la Virgen de las Mercedes y de su clásico palio de inspiración macarena.

También nos perdemos otras tres cofradías. Nos perdemos el misterio del Traslado al Sepulcro de Santa Marta, transitando con paso firme por las calles de la ciudad; un conjunto escultórico de Ortega Bru, con un Cristo inerte cuyo brazo extendido deja caer una gota de sangre, de la que brota una rosa roja en una alfombra de lirios morados. Nos perdemos a los blancos nazarenos que vienen del Barrio León, junto a otras dos imágenes del escultor de San Roque, el Señor del Soberano Poder y la Virgen de la Salud, con su característico manto de tisú blanco. De la calle Dos de Mayo, nos perdemos al Crucificado de las Aguas, obra de Illanes, con su característico ángel que recoge en un cáliz la sangre y el agua que el Señor nos ofrece para redimirnos del pecado. Tras él, procesiona la Virgen de Guadalupe en su original palio azul.

Para mí, llega ahora un antes y un después. Toca el turno de otras tres cofradías. Llega la noche. Es imposible no sobrecogerse ante el tránsito de las Penas de San Vicente. Impresiona el Señor, caído y abatido con la cruz sobre un monte de claveles rojos. Es imposible apartar la mirada de un rostro que transmite tanto dolor. Ver a continuación a la Virgen de los Dolores bajo su palio renacentista es un disfrute para los sentidos. Suena Chopin, interpreta Tejera y se aleja aquel palio que diseñara Cayetano González.

En segundo lugar, observar al Cristo de la Vera+Cruz es retrotraerse a los orígenes de la Semana Santa. Una obra tan personal, de tamaño inferior al natural, con su aspecto de reminiscencias gótico-renacentistas, asombra a cualquiera. No menos personal es la Virgen de las Tristezas de Antonio Illanes, bajo un palio de cajón oscuro de pequeñas dimensiones, caracterizado por su sobriedad.

Para el final, no está de más dejar a la cofradía del Museo, con la que se viven momentos para el recuerdo. Nunca cansa el Crucificado de la Expiración. Marcos Cabrera nos ofrece a Cristo retorciéndose en la Cruz de dolor, elevando su mirada al cielo. Desde mi punto de vista, no hay otra obra en la ciudad que resuma tan a la perfección los postulados manieristas llegados de Italia. Tras él, bajo un airoso y elegante palio de malla, procesiona la bellísima Virgen de las Aguas, con su característico tocado que a muchos les parece de inspiración monjil, y con su dulce rostro modelado por Cristóbal Ramos cuyos ojos miran al cielo. Verla discurrir ante la fachada del Museo de Bellas Artes mientras la Oliva de Salteras interpreta Amarguras es digno de admiración. Con los últimos compases de la melancólica marcha Virgen de las Aguas terminaría para mí un Lunes Santo esplendoroso, aunque lamentablemente no ha podido ser así.